Robert Louis Stevenson nos habló de una isla del tesoro, pero también de la otra, la que está repleta de posibilidades, de ciertas ganancias y de excesivas pérdidas: la vida, la relación con los demás y la búsqueda (encuentros y desencuentros) de uno mismo. Muy apropiado leer (o releer) su Sermón de Navidad como una llamada de atención y un ejercicio de reflexión en medio de la vorágine del convencionalismo de estas fechas.
"En estos tiempos que vivimos prevalece, entre la gente seria, un idealismo de noble carácter: nunca les parece que han prestado suficiente servicio, viven incluso con la impaciencia de su propia virtud. Sin embargo, quizás sería más modesto agradecer personalmente por no estar peor; no solo nuestros enemigos –personas desesperadas a nuestros ojos– sino también nosotros mismos desconocemos qué debe hacerse; de ahí deriva la sutil esperanza de que acaso hemos hecho más de lo que pensábamos: la esperanza de que tan solo haber zanjado este negocio de la vida –tan inconstante– con manos relativamente limpias, tan solo haber jugado el papel de una persona que obtuvo algunos logros, tan solo haber resistido el mal y, al final, aún seguir resistiéndolo, significa, para el pobre soldado humano, haber actuado bien. Pedir frutos ostensibles por nuestros afanes equivale a prestar un servicio solo en espera de una recompensa y lo que parece renuncia de sí resulta, al final, solo avaricia de pago."
Stevenson, sin alharacas ni palabras sobrantes. ¿Interpretamos con su discurso también nuestro presente? En medio del marasmo de los comportamientos innobles y corruptos y de la ansiosa avaricia que la actual sociedad enseña a los que vivimos, ¿nos dicen algo las palabras del escritor? Si es así, habrá sido un hallazgo de gran valor. El fin de año como excusa de consideraciones modestas pero certeras, nada dadas al moralismo, que sería tanto como decir a la hipocresía general de lo que leemos y escuchamos (ya se daba en su tiempo) habitualmente en los medios y en el entorno:
"En esta temporada volvemos la mirada atrás y consideramos el año que concluye: descubrimos entonces lo poco que nos hemos esforzado y lo pequeño de nuestros propósitos; descubrimos que demasiadas veces hemos sido cobardes y no asumimos alguna acción o que demasiadas veces, por el contrario, hemos sido temerarios y nos precipitamos hacia la acción; descubrimos cómo, en todo momento del día y cada día, transgredimos las leyes de la bondad. Parecerá una paradoja, pero bajo esto subyace cierto motivo de consuelo: la vida no está hecha para responder a la vanidad de un hombre; las más de las veces el hombre asume, cabizbajo, sus tediosas ocupaciones y suele hacerlo como un niño ciego. A pesar de las muchas recompensas y los muchos placeres que pueblan el mundo –la contemplación del amanecer, el surgimiento de la luna, el encuentro con un amigo, la hora de la comida cuando el hombre ya tiene hambre, lo llenan de dichas repentinas–, el mundo no es una morada siempre apacible. Las amistades se alejan, la salud se acaba, el hartazgo asedia; año con año debe el hombre repasar un listado (que casi nunca cambia) de sus debilidades y de su insensatez. Hay detrás de esto un benéfico proceso de distanciamiento: cuando llegue el día final, cuando llegue el momento en que tenga que partir, le quedarán pocas ilusiones de sí mismo."
Ha sido un poco larga la entrada, pero creo que el texto ha merecido la pena. ¿Es o no un tesoro encontrado, y espero que compartido, lo que dice el sabio Stevenson?