¿Quién no ha sentido alguna vez el deseo de no ser uno mismo? Habrá quien diga que incluso con frecuencia. Anhelo, ficción, fantasía, reniego. Según las circunstancias límite, según la desesperación, según la curiosidad, según el grado de abulia. Giovanni Papini en su cuento No quiero ser más el que soy: "Me esforzaré por conservar la calma. Trataré de ser claro. Elegiré la fórmula más neta, más simple, más natural: Me he dado cuenta de que no puedo ser yo mismo. Me he dado cuenta de que no podré nunca -nunca, ¿comprenden?-, de que no podré nunca cesar de ser yo mismo. Quizá no me haya explicado bastante. Veamos: yo quisiera, pues, cambiar. Pero cambiar seriamente -¿comprenden?-; cambiar completamente, enteramente, radicalmente. Ser otro, en síntesis. Ser otro que no tuviera ninguna relación conmigo, que no tuviera el mínimo punto de contacto, que ni siquiera me conociese, que nunca me hubiera conocido". El poder de ser lo opuesto que en este caso no es lo complementario. Ser otro absolutamente implicaría no ser ya el mismo. Pero el poder de la cursiva viene al encuentro del narrador. Aunque no sepa ser yo mismo tampoco puedo ser otro porque no puedo dejar de ser el que soy y siempre será así porque nunca nunca nunca podré ¿cambiar?, me da en emular a Papini. Tal vez hay que relativizar la idea del cambio. Simplemente teniendo conciencia más efectiva de lo mucho que cambiamos a cada paso de nuestros días. Tal vez tratando de coger un poco más el toro por los cuernos, antes de que nuestras defensas vitales nos pidan lo imposible.