"Por encima de todo, he sido un ser con sentidos, un animal pensante, en este maravilloso planeta y esto, en sí, ha sido un enorme privilegio y una aventura". Oliver Sacks, el escritor que nos deparó aquella sorprendente novela El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Pero ese párrafo no es del papel, es de la novela de su vida, una declaración testimonial al comunicar que padece cáncer terminal. Pienso si este tipo de declaraciones no deberíamos hacerlas -sin esperar a un estado extremo irreversible- siquiera en nuestro interior, de manera periódica, para revisar si las prácticas ordinarias nos liberan o nos esclavizan. Si somos pasto del estrés y la futilidad que nos consume o si somos capaces de valorar y elegir lo que merece la pena. Precisa Sacks en su declaración que titula Mi propia vida: "No puedo decir que no tenga miedo. Pero mi sentimiento predominante es el de la gratitud. He amado y he sido amado; he dado mucho y me ha dado bastantes cosas; he leído, viajado y escrito”. ¿No hay en ambas citas un reconocimiento explícito a la bondad de la vida? En fin, creo que los propios comentarios del escritor no deben ser apostillados. Son suficientemente expresivos. Te dejan en la inquietud de que perteneces a la misma condición humana que él.