24.1.14

La confesión de Javier Lostalé














"Escribo porque me salva", escribe Javier Lostalé. No en vano el texto lo titula Confesión. ¿Hay un reconocimiento tan confeso como exponer públicamente qué es lo que le evita a uno perecer? Lo cuenta -reconocer, confesar, es también narrar-  en La rosa inclinada:

"Escribo porque me salva, porque es lo único que me queda, porque fija un sonido, unas luces, el final de un acto de amor, el escenario de unas horas de deseo. Escribo porque están conmigo los que ya nunca estarán, porque bajo al mar desde la mesa donde apoyo la cuartilla y me quedo quieto en la memoria de un cuerpo, y prolongo unas voces hasta perder la noción del tiempo (días y años juntos, apretados en un instante que me deja sin defensa). Escribo porque al abrir el seno de una palabra encuentro la iluminación última del beso, porque pronuncio a solas mi única verdad: ésa que después desmiento con mi vida. Escribo porque hay un llanto íntimo que me purifica desde que comienzo a hacer signos en el papel, porque poseo las cosas desde su respiración humana y puedo habitar aquello de lo que fui desterrado. Escribo para ser joven y alimentar una esperanza radical, para tener lo que no tengo y escuchar lo que nunca me dijeron. Escribo porque nunca fue más bello el engaño."

¿Sólo una confesión o también una de las más bellas y explícitas descripciones de amor a la vida? Transcurso desigual de ésta: hallazgos circunstanciales, goces pasajeros, retenciones limitadas, pérdidas sucesivas...Escribir sería un a modo de planeta interior donde de alguna manera se retiene lo que se fue. Y que nos hace vivir de lo que se retiene. Donde se resguarda cuanto catalizamos alguna vez y nos nutrió. Ese ejercicio hermoso, terapéutico, que todos desearíamos realizar hasta el fin de nuestros días. ¿Para salvarnos?



Fotografía de Editorial Calambur