Uno de los cuentos más breves y divertidos de Voltaire es el titulado Dialogo del Capón y la Pularda. En él ambos animales castrados se cuentan sus penas. El Capón tiene claro el destino de su condición, que no es otro que acabar como yantar de los abates glotones. La Pularda descubre análogo fin a través de lo que el capón le va informando.
"La Pularda
¡Qué bribones más abominables! Estoy a punto de desmayarme. ¿Cómo? ¿Me arrancarán los ojos? ¿Me cortarán el cuello? ¿Me asarán y me comerán? ¿Y no tienen remordimiento esos malvados?
El Capón
No, amiga mía: los dos abates de que os he hablado decían que los hombres nunca tienen remordimiento por las cosas que están acostumbrados a hacer."
La costumbre -la tradición, la normalización de comportamientos, lo asiduo- lo justifica todo, no hay más que mirar en derredor. Doble tortura, doble condición insoslayable pues para ambas aves. Primero ser capados para que engorden mejor. Después, que el engorde suponga un suculento plato destinado a la gula humana, en cuya práctica cierto clero llevaba fama y cardaba lana. Pero en esta metáfora lo que se cuestiona es el procedimiento hipócrita de la sociedad que conoció Voltaire, que se regía por la sibilina y maniquea moral eclesiástica, de doble rasero. Habla el Capón sobre las conductas de los que dictan pautas y controlan conciencias de este modo:
"...No hacen leyes más que para violarlas; y lo peor es que las violan a plena conciencia. Han inventado cien subterfugios, cien sofismas para justificar sus transgresiones. Se sirven del pensamiento únicamente para autorizar sus injusticias, y solo utilizan las palabras para disimular sus pensamientos. Figúrate que, en el pequeño país en que vivimos, tienen prohibido comernos dos días de la semana; pues encuentran medios para eludir la ley; además de que esa ley, que te parece muy favorable, es muy bárbara; ordena que esos días se coma a los habitantes de las aguas; van en busca de víctimas al fondo de los mares y los ríos. Devoran criaturas de las que una sola cuesta con frecuencia más del valor de cien capones; a eso le llaman 'ayunar, mortificarse'. En fin no creo que sea posible imaginar una especie al mismo tiempo más ridícula y más abominable, más extravagante y más sanguinaria."
Contundente fustigador de una sociedad que tocaba a su fin, Voltaire arremete impetuoso e irónico contra sus representantes más reaccionarios. Pero si supiera cómo persisten aún los oscurantismos y de qué manera la práctica depredadora se ha extendido hasta el más pequeño de los seres humanos de esta tierra...¿Quedará solo la venganza como recurso de los pobres? Dice la Pularda al final del cuento:
"¡Ojalá consiga dar al malvado que me coma una indigestión que lo haga reventar! Pero los pequeños se vengan de los grandes con vanos deseos, y los poderosos se burlan de ellos."
Magnífico desenlace moral de Voltaire. Todavía se hace imprescindible la lectura de sus cuentos. Francamente gozosos.