"Escribo acaso para los que no me leen", recitaba Vicente Aleixandre en aquel poema grandioso con que se inicia En un vasto dominio. Una dedicatoria con anhelo. Algo así como una declaración de principios de su herramienta poética. Un manifiesto con el que se dirige al hombre sonreído por la vida pero también al común del infortunio. Al iniciado en el conocimiento y al ignorante de tanto, salvo de aquello que le toca padecer. Escribe para lo terrible del mundo y para cuantos sufren las consecuencias como ejecutores del mal o como víctimas. Para el avieso mas también para el bondadoso.Y aún escribe para la materia del mundo más allá y más acá de esta pequeña circunscripción del mundo. Al fin y al cabo, Aleixandre concluye su deseo generoso:
"Para ti y todo lo que en ti vive
yo estoy escribiendo."
El hombre como polarización de todo tipo de comportamientos. Y ahí la poesía...justo cuando la poesía es un símil y opera su catarsis. Como si ella fuera quien tomara el testigo de la eterna y recurrente narración de la historia. Como si se tratase de la última mitología que hablara siempre del hombre y para el hombre.
I
¿Para quién escribo?, me preguntaba el cronista, el periodista o simplemente el curioso.
No escribo para el señor de la estirada chaqueta, ni para su bigote enfadado, ni siquiera para su alzado índice admonitorio entre las tristes ondas de música.
Tampoco para el carruaje, ni para su ocultada señora (entre vidrios, como un rayo frío, el brillo de los impertinentes).
Escribo acaso para los que no me leen. Esa mujer que corre por la calle como si fuera a abrir las puertas a la aurora.
O ese viejo que se aduerme en el banco de esa plaza chiquita, mientras el sol poniente con amor le toma, le rodea y le deslíe suavemente en sus luces.
Para todos los que no me leen, los que no se cuidan de mí, pero de mí se cuidan (aunque me ignoren).
Esa niña que al pasar me mira, compañera de mi aventura, viviendo en el mundo.
Y esa vieja que sentada a su puerta ha visto vida, paridora de muchas vidas, y manos cansadas.
Escribo para el enamorado; para el que pasó con su angustia en los ojos; para el que le oyó; para el que al pasar no miró; para el que finalmente cayó cuando preguntó y no le oyeron.
Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo escribo. Uno a uno, y la muchedumbre. Y para los pechos y para las bocas y para los oídos donde, sin oírme, está mi palabra.
II
Pero escribo también para el asesino. Para el que con los ojos cerrados se arrojó sobre un pecho y comió muerte y se alimentó, y se levantó enloquecido.
Para el que se irguió como torre de indignación, y se desplomó sobre el mundo.
Y para las mujeres muertas y para los niños muertos, y para los hombres agonizantes.
Y para el que sigilosamente abrió las llaves del gas y la ciudad entera pereció, y amaneció un montón de cadáveres.
Y para la muchacha inocente, con su sonrisa, su corazón, su tierna medalla, y por allí pasó un ejército de depredadores.
Y para el ejército de depredadores, que en una galopada final fue a hundirse en las aguas.
Y para esas aguas, para el mar infinito.
Oh, no para el infinito. Para el finito mar, con su limitación casi humana, como un pecho vivido.
(Un niño ahora entra, un niño se baña, y el mar, el corazón del mar, está en ese pulso.)
Y para la mirada final, para la limitadísima Mirada Final, en cuyo seno alguien duerme.
Todos duermen. El asesino y el injusticiado, el regulador y el naciente, el finado y el húmedo, el seco de voluntad y el híspido como torre.
Para el amenazador y el amenazado, para el bueno y el triste, para la voz sin materia y para toda la materia del mundo.
Para ti, hombre sin deificación que, sin quererlas mirar, estás leyendo estas letras.
Para ti y todo lo que en ti vive,
yo estoy escribiendo."