28.3.14

Terrible Catulo y los celtíberos




















Deleite de leer al poeta transgresor Catulo. Deleite por comprobar el desquite verbal que se gastaba con sus enemigos o simplemente con los que le caían antipáticos. Deleite por ciertas informaciones sobre usos y costumbres de nuestros antepasados. En el mejor humor grueso de un Quevedo, del refinamiento de Moratín, de la ironía de un Larra o de la comicidad de un Fernández Flórez, por citar a algunos de nuestros intérpretes patrios: 

"Egnacio, por tener blancos los dientes, sonríe continuamente en todas partes. Si se acerca al banquillo de un acusado, cuando el orador provoca el llanto, él sonríe. Si hay lamentos junto a la pira de un buen hijo, cuando la madre, desolada, llora a su único hijo, él sonríe. Sea lo que sea, dondequiera que sea, ocurra lo que ocurra, sonríe: tiene esa enfermedad ni elegante, según creo, ni educada. Por eso, tengo el deber de darte un consejo, buen Egnacio. Si fueses de la Urbe, o sabino, o tiburtino, o un grueso umbro, o un obeso etrusco, o un lanuvino moreno y de buenos dientes, o traspadano, por mentar también a los míos, o quienquiera que sea que se lave los dientes con esmerado aseo, ni aun así querría yo que tú rieras siempre en todas partes y por cualquier cosa: pues nada hay más tonto que una risa tonta. Ahora bien, eres celtíbero. En la tierra de Celtiberia, con lo que cada uno ha meado, suele frotarse por la mañana los dientes y las rojas encías, de modo que, cuanto más limpios estén esos dientes tuyos, tantos más orines proclamarán que tú has bebido." 

No sé si con ello pretendía Catulo reprochar su ordinariez a nuestros abuelos celtíberos, o simplemente desacreditar al pobre Egnacio. Más bien creo esto último. Lo que no sé si sabría el poeta de la Urbe, como le gustaba presumir, es que probablemente las prácticas de aseo aparentemente sucias en un sentido podían ser sumamente higiénicas en otro. A mí me han contado pastores de otro tiempo, y muy viejo tiempo, cuando no había cremas for hand, que las grietas de sus manos, producto de estar sometidas tantas horas al riguroso clima de los inviernos castellanos, las trataban orinando sobre ellas. Los investigadores de hoy lo explicarían. En fin, que nadie vaya a lavarse después de esta entrada, que aquí solo son palabras, pues humanus sumus, y venimos de muy antiguo.




Dibujo de The History of Costume, de Braun & Schneider