"Defiendo la sociedad de la ligereza porque nos ha librado de los males del siglo XX, lo que no es poco, es considerable". Filósofo Gilles Lipovetsky en una entrevista en El País. Visto y leído así, suena bien. Pero las palabras son siempre tan duales. La dualidad fecunda no solo interpretaciones sino justificación de los actos. Esa ligereza ¿es causa o efecto, o ambas cosas? Lipovetsky lo ve así. "El nazismo, el fascismo, el franquismo no eran ligeros. Ahora estamos protegidos de esas ideologías por la sociedad ligera: por el consumismo, la felicidad, la conservación. Esas sociedades ideológicas eran extremas y eso es lo que fue insoportable: dos guerras mundiales, la shoah, millones de muertos con el comunismo. Yo no siento nostalgia de eso y la ligereza nos ha librado de eso, la gente quiere vivir bien, ya no quiere morir, quiere divertirse." Aspiración al placer, al hedonismo, a la ausencia del dolor, ¿basta esos anhelos para cubrir necesidades? ¿Marcan un camino? Al filósofo le parece que "la ligereza ha reforzado la democracia". ¿Reforzado o acompañado? El pensamiento se orienta como el viento, y todo resulta de dos o más resultados de indagación.
No sé si Lipovetsky es parcial en su análisis o la misma ligereza invade su pensamiento, pero uno no tiene claro si el trasfondo de lo ligero -otros llamarían líquido- no será sino humo. Entre lo extremo de las sociedades duras y la claridad para que no falte solidez en el andar del camino deberíamos buscar un equilibrio. Él mismo reconoce que "en las sociedades antiguas la educación dura te preparaba para vivir en un mundo difícil. Hoy, educamos dulcemente, queremos que los niños sean felices y no les preparamos para lo difícil, para lo que Freud llamaba el principio de realidad”. Educar en suave estaría bien si tuviéramos seguro un futuro suave, pero la realidad puede deparar situaciones complicadas que no basta con la dulzura para saber afrontarlas. Dice el filósofo: "En las sociedades tradicionales no se planteaban preguntas sobre la organización de la vida porque se organizaba como lo habían hecho los padres. Hoy las tradiciones han perdido su fuerza y cada uno debe construir su vida, desde la educación a la alimentación. Y eso es duro." Duro, individualista, competitivo, atroz incluso. La vida, siempre un debate, una lucha encarnizada, una ilusión y una realidad a afrontar. Sin negar unas aspiraciones, ¿cómo evitar que lo real nos anule y se aproveche de nuestra fragilidad? Lipovetsky pone una cita: "Paul Valéry dijo: hay que ser ligero como el pájaro y no como la pluma. Esa es la idea." Una idea insuficiente, pero estimulante. Sin embargo, tengo la sensación de que el filósofo no va al meollo de la cuestión y se queda en lo lateral, si no secundario. Y pensar que, en los viejos tiempos, solían decirnos aquello de que nos estaban criando entre algodones...