29.8.20

El besar, un jugoso devaneo de Voltaire en su Diccionario Filosófico



 


No voy a comprometer a nadie su opinión sobre el beso -y el besar- en los tiempos de pandemia. Pero como todo el mundo tiene en mente el asunto o bien lo acomete, sabrá, pues, si con riesgo o sin él, sorteando el destino a pesar del impulso de la pasión, o fantaseando acerca de la memoria de los besos recibidos anteriormente al suceso que vivimos, he recurrido a un texto irónico, mordaz y borgiano (si no fuera porque el autor era muy anterior a Borges) de Voltaire sobre el Besar en su Diccionario Filosófico.

Pásenlo bien al leer, capten sus destellos luminosos y eruditos, participen de su sarcasmo y causticidad, y consuélense con que la larga trayectoria del beso, que en el texto no indaga sobre qué características tendría en las abundantes y frecuentes épocas de pestes del pasado, reduzca la ansiedad por su carencia o por el temor al virus a posteriori de la entrega amorosa.


"Besar

Pido perdón a los jóvenes de ambos sexos si no encuentran en este artículo lo que buscan, porque lo escribo para la gente seria y para los sabios, que son a los que puede interesar. 

Se abusaba de los besos en la época de Molière. En La madre coqueta de Quinaul, Champagne pide besos a Laura, y ella le contesta: «¿No estás satisfecho todavía? Pues yo ya tengo vergüenza, porque te he besado dos veces.» Champagne le replica: «¿Que tú cuentas cuando besas?» Los criados pedían besos a las modistillas, y unos y otros se besaban en el teatro. Esto era fastidioso e insoportable, sobre todo cuando los actores eran repugnantes o feos. El autor que busque besos, debe leer el Pastor fido; en esa obra hay un coro que no habla mas que de besar, y su argumento se funda en un beso que Mirtillo dio un día a la hermosa Amarilis, jugando a la gallina ciega. «Un bacio molto saporito», como dice el autor. 

También es bastante conocido el artículo sobre los besos, en el cual, Juan de La Casa, arzobispo de Benavente, dice que podemos besarnos desde la cabeza hasta los pies. Le dan lástima las narices largas, que difícilmente pueden acercarse unas a otras, y aconseja a las damas que tengan la nariz larga que escojan amantes chatos. 

Besarse era la manera de saludar más común en la antigüedad. Refiere Plutarco que los conjurados contra César, antes de matarle, le besaron el rostro, la mano y el pecho. Tácito refiere que cuando su suegro Agrícola regresó de Roma, Domiciano le recibió besándole con frialdad y luego le dejó confundido entre la multitud. El inferior que no conseguía saludar a su superior besándole, acercaba la boca a su propia mano y le enviaba un beso, y el superior lo devolvía del mismo modo cuando tenía gusto en ello. Empleaban ese mismo signo para adorar a los dioses. Job, en su Parábola (que es quizá el libro más antiguo que conocemos), dice que no adora al sol y a la luna como los demás árabes, porque no se lleva la mano a la boca cuando contempla a los astros que él no adora. De esta costumbre tan antigua sólo quedó en Occidente la fórmula pueril, que todavía se enseña a los niños en algunos pueblos, de besarse la mano derecha cuando se les regala algún dulce. 

Era un proceder horrible hacer traiciones besando, y este proceder hace inicuo el asesinato de César. No nos ocuparemos de los besos de Judas, porque ya se han convertido en proverbio. Joad, que era uno de los capitanes de David, odiaba a Amasa, que era otro de los capitanes, y le dijo: «Buenos días, hermano mío», y cogiendo con la mano la barba de Amasa para besarle, con la otra mano sacó la espada y le asesinó, traspasándole el pecho. No se encuentran más besos en los frecuentes asesinatos que cometieron los judíos, que los que Judit dio a Holofernes antes de cortarle la cabeza, cuando se quedó dormido en la cama. En el Otelo de Shakespeare, este moro negro da dos besos a su mujer antes de asesinarla. Este proceder, que parece horrible a las gentes sensibles, lo encuentran natural los partidarios de Shakespeare y conforme a las supersticiones de los negros. Al menos no besaron en la catedral de Milán, el día de San Esteban, cuando asesinaron allí a Juan Galeazzo Sforza, ni cuando asesinaron al almirante Coligny, al príncipe de Orange, al mariscal de Ancre, a los hermanos Wit y a otros. 

Consideraban los antiguos que había algo de simbólico y de sagrado en los besos, porque besaban las estatuas de los dioses y las barbas, cuando a los escultores se les ocurría ponérselas. En los misterios de Ceres, los iniciadores se besaban para demostrar su concordia. Los primitivos cristianos y cristianas se besaban en la boca en los ágapes, esto es, en las comidas que verificaban en las iglesias, porque la palabra ágape significaba «comida de amor». Se daban recíprocamente el beso santo, el beso fraternal, el beso de la paz. Esa costumbre duró más de cuatro siglos, pero por sus consecuencias tuvo que abolirse. Esos besos «fraternales» atrajeron mucho o tiempo sobre les cristianos, que aún eran poco conocidos, la nota de libertinos, con la que los calificaron los sacerdotes de Júpiter y las sacerdotisas de Vesta. Según vemos en Petronio y en otros autores profanos, los disolutos se llamaban hermano y hermana, y creyeron que entre los cristianos los mismos nombres significaban las mismas infamias, y contribuyeron ellos mismos, inocentemente, a difundir sus acusaciones en el Imperio romano. 

Existieron al principio diez y siete sociedades cristianas distintas, como existieron nueve entre los judíos, incluyendo en ellas las dos clases de samaritanos. Las sociedades que se jactaban de ser más ortodoxas acusaban a las otras de cometer las impurezas más inconcebibles. La palabra gnóstico, que al principio fue muy honrosa y significaba «sabio», «ilustrado». «puro», se convirtió en palabra despreciable e indigna. San Epifanio, que escribió en el siglo III, afirma que en los primitivos tiempos del cristianismo se hacían cosquillas los hombres y las mujeres; que luego se dieron besos muy impúdicos, juzgando del grado de fe que tenían los que los daban por la voluptuosidad de los besos; que el marido decía a la mujer, al presentarle un joven iniciado: «Celebra el ágape con mi hermano», y que ellos celebraban el ágape. 

No nos atrevemos a repetir en la casta lengua francesa lo que a lo anterior añade San Epifanio en griego  Únicamente diremos que ese santo se excedió al defender el cristianismo y que todos los herejes no son libertinos relajados. 

En la secta de los pietistas, tratando de imitar a los cristianos, se dan actualmente besos de paz cuando salen de sus reuniones y se dan el tratamiento de hermanos, según me confesó hace veinte años una pietista muy hermosa y muy sensible. Los pietistas conservan religiosamente la antigua costumbre de besarse en la boca. 

Éste era el modo de saludar a las damas en Francia, en Alemania, en Italia y en Inglaterra; los cardenales tenían derecho a besar a las reinas en la boca, hasta en España. Es singular que no gozaran de esa prerrogativa en Francia, donde las damas disfrutaron siempre de mayor libertad que en otros países. Pero cada nación tiene sus ceremonias, y no existe ningún uso general al que las circunstancias y el hábito no pongan excepción. Hubiera sido una falta de cortesía y hasta una afrenta que una dama honrada, al recibir la primera visita de un señor, no le besara en la boca, a pesar de sus bigotes. «Es una costumbre desagradable e injuriosa para las damas —dice Montaigne— tener que ofrecer sus labios al señor que lleve tres criados de séquito, por repugnante que sea.» Sin embargo, ésa es quizá la costumbre más antigua del mundo. 

Si era desagradable para una joven y hermosa boca pegarse por cortesía a otros labios secos y viejos, en cambio era peligroso que se juntaran dos bocas frescas y rojizas de veinte a veinticinco años, y este peligro obligó a abolir la ceremonia de besarse en los misterios y en los ágapes. Ese peligro obligó a los orientales a tener encerradas a sus mujeres para que sólo besaran a sus padres y a sus hermanos, costumbre que los árabes hacía ya mucho tiempo habían introducido en España. 

El peligro de besarse consiste en que hay un nervio del quinto par que va desde la boca al corazón, y desde allí más abajo, pues la Naturaleza todo lo dispuso con la más delicada industria. Las pequeñas glándulas de los labios, su tisú esponjoso, su piel fina, dan una sensación exquisita y voluptuosa, que tiene analogía con una parte más oculta y todavía más sensible. El pudor puede perderse en un prolongado beso que saboreen dos pietistas de diez y ocho años. 

Hay que observar que en la especie animal sólo se besan, las tórtolas y los palomos. De esto proviene la palabra latina columvatim, que en las lenguas modernas carece de equivalente. Como en el mundo se abusa de todo, también se abusó de los besos. El beso que la Naturaleza destinó para la boca se prostituyó con frecuencia, destinándolo a sitios que no se crearon para ese uso. Sabido es de lo que se acusó a los templarios. 

Honradamente no podemos seguir tratando de esta cuestión interesante, aunque Montaigne haya dicho: «Se debe hablar sin vergüenza de este asunto; no nos abstenemos de hablar en voz alta de matar, de herir y de hacer traición, y de esto apenas nos atrevemos a hablar entre dientes.»"


La tinaja de Diógenes: Voltaire



La fotografía de inicio es de Saul Leiter