“Escribes para no andar a gritos y para no volverte loca". Francisca Aguirre, reciente Premio Nacional de las Letras. Suficiente y saludable argumento el que propone. Y añade: "La poesía tranquiliza. A mí me ayuda. El mundo es injusto pero el lenguaje es inocente. El poder de las mujeres es tener la oportunidad de decir que no. Por eso es tan importante la educación, la independencia. Queda mucho por hacer porque la desigualdad sigue siendo enorme: entre hombre y mujeres, entre ricos y pobres…" Ratifico lo que dice, y me permito opinar que también se escribe para sobrellevar los silencios o para conquistar aquellos que eliges. La escritura -y la lectura, obviamente- se nos ofrece como un mundo interior paralelo al hombre del que tenemos que tomar posesión, no importa si la mayoría de las veces se escribe para uno mismo. Eso basta y justifica.
Solo una objeción al comentario de la poeta Aguirre. No creo que el lenguaje sea inocente. Y no sé hasta qué punto el niño utiliza con inocencia las palabras. Va distinguiendo el interés que tiene el lenguaje para sus fines a través de su uso. Siempre intenta lograr algo con ellas. Pero al menos mucho de lo que pretende aún se circunscribe al planeta de la ingenuidad y las buenas intenciones. Las palabras pueden ser ambiguas o precisas, pero buscan siempre algo y se adscriben a un mundo de ideas y de metas interesadas. Los adultos lo sabemos muy bien. Los publicistas dominan el arte de las palabras y las imágenes. Los políticos e ideólogos las revientan y las desfiguran para sus fines manipuladores. La seducción de las palabras pueden llevar a precarias verdades o a mentiras excesivas. Si hay dudas, mírese cómo funciona el entorno.
Por otra parte, bendita Francisca Aguirre que me incita sin quererlo a leer su obra.