"Hay que seguir, una vez más, la sombra
por el nocturno callejón",
Recita Francisco Brines en Metáfora de un destino, poema incorporado a La última costa. Y envidiarían Jung o Deleuze o el mismo Platón la claridad que el poeta tiene acerca de la vida y del eros. El eros como garantía de que no perecemos. Puesto que las sombras son y nos envuelven, o nos duplican, o toman nuestro lugar, o tratan de ser nuestros auténticos Yo, ¿por qué no un diálogo fecundo con ellas? ¿Por qué no dejarnos desbordar por sus corrientes antes de sacrificar en vano nuestro impulso? Si acaso un trueque, tal vez una espera, la paciencia justa para no ceder a los temores que siempre nos habitan. Rienda suelta a la propuesta de placer que sugiere la pulsión de una sombra en lo más recóndito e inesperado.
"Hay que seguir, una vez más, la sombra
por el nocturno callejón,
y al desaparecer la sombra en lo más negro,
en la abyecta humedad de los orines,
llegar a ella con miedo, en la anulada oscuridad,
y después esperar, en un minuto vacío que es eterno,
el temblor del placer a la espalda del mundo
para afirmar la vida,
o el relámpago hostil, de plata fría,
que trueca el cuerpo en pálido sudor
para afirmar así la mísera existencia."