¿Qué queda de un hombre cuando muere? No nos engañemos. No queda nada. ¿Cómo que nada?, dirán algunos. Y esto y esto otro y aquello...¿no son el hombre? Y yo me obstino. No, no son el hombre. El hombre que estuvo y creyó que fue, pues todos nos creemos que ser hombres es algo más que ser hombres, pertenece al pasado. Incluso en vida el hombre solo es tránsito. Con todo un conglomerado de activos y pasivos, si se quiere, que lentamente se van diluyendo. Porque la vida es tozuda, es decir, que una vez se inició, por tozudez natural, y poco a poco fue perdiendo vigor y acaso sentido hasta el último estertor. También por empecinamiento. Desesperados amigos me dirán: reduces a la nada al individuo. Y yo: no, qué va, en la nada no hay siquiera individuos. Y al individuo lo valoro mientras transcurre. De algunos de los hombres que vivieron queda humo, de otros recuerdos, de otros palabras, de otros buenas o malas acciones. Eso es lo que queda para los vivos. Pero más allá ¿qué puede quedar de un hombre si ya no es?
Joan Margarit escribió buena poesía, sospecho que no excesivamente conocida. Todavía no he leído la prensa del día para ver -curiosidad que me viene de lejos- qué dicen del poeta muerto. Por mi parte deciros: no paséis esta vida sin haber leído algo a Joan Margarit. Rescato un poema que me gustó mucho en su día, no sé por qué.
Las mil y una noches
Me miras: el presente son tus ojos,
unos instantes que se desvanecen
y no puedo cambiar: Pero también
son un mañana que ya estaba escrito
en el fugaz espejo de la infancia.
Y se convertirán en el ayer,
la suma indiferencia de los años.
Después serán recuerdo, un mundo gris
donde te mire aunque no pueda verte.
Tras el recuerdo habrán de ser olvido:
nadie sabrá por qué estabas mirándome
ni por qué hay este pozo en tu lugar.
Cada instante una historia diferente
de las mil y una noches en tus ojos.