Cuando le pregunta el periodista al crítico literario bagdadí Fadhil Thamir si es cierto que en Irak se lee lo que El Cairo escribe y Beirut publica (según un viejo dicho de la zona) el crítico responde: "Ahora ya no: tras las guerras la gente perdió la fe en la literatura". ¿Sería porque lo real y tangible se había impuesto incluso literariamente, a base de sangre, fuego y sufrimiento? ¿O porque lo esencial en los momentos terribles de un país que se deshace en pedazos es sobrevivir y lamentarse por las heridas? ¿O acaso porque todos los ingredientes literarios ya se fraguan de tal manera en el horno del padecimiento que sobran las palabras que fingen? Ante la presencia de la barbarie, la fe humana quiebra, con dioses o sin dioses. Me viene a la memoria aquel comentario de Adorno sobre Auschwitz, si bien sobre la capacidad de escribir tras el exterminio, y que rebusco: "Incluso la conciencia más radical del desastre corre el riesgo de degenerar en cháchara. La crítica de la cultura se ve confrontada al último grado de la dialéctica entre cultura y barbarie: escribir un poema después de Auschwitz es bárbaro, y este hecho afecta incluso al conocimiento y explica por qué se ha hecho imposible escribir poesía en la actualidad". Fue Primo Levi, superviviente afortunado de las matanzas, el que puso su guinda: "Tras Autschwitz no se puede escribir poesía, salvo sobre Auschwitz". Naturalmente uno piensa en los viejos ejercicios de escribir y contar y de leer las historias y las maneras de vivir la vida bajo el prisma ficcionado, y cómo pueden verse afectados por largo tiempo...hasta que el tiempo introduzca nuevas visiones o recupere las viejas.