"La traducción es un vicio, una dependencia, una adicción". Confesión sincera de un traductor octogenario, Miguel Sáenz, que se las sabe todas, en la revista Letras libres."Quien admira una obra literaria extranjera o, peor aún, a su autor, se siente obligado a compartirlos, reescribiéndolos desaforadamente. Finge hacerlo para difundir la cultura y posa como benefactor de la humanidad, pero sabe que eso no es cierto. Si lo hace es porque no tiene más remedio que hacerlo". Siempre me he preguntado cuántas lecturas hará un traductor de una obra, qué empeño pondrá en conocer la lengua y la cultura que se le brinda, cuánta veracidad habrá en contenidos y en formas expresivas cuando queda adaptado el original a otra lengua.
Una vez escuché decir a Sáenz que un traductor escribe una nueva novela sobre la que pretende traducir. ¿Leemos a Günter Grass, por ejemplo, o leemos la reescritura Miguel Sáenz? Creo que no conviene tomarse al pie de la letra las propias dudas, por leer leamos del todo, y más si viene avalada por una calidad como la que impone Sáenz. Pero si somos quisquillosos o no da ya mucho de sí nuestro tiempo vital tengamos en consideración una magistral opinión suya: "Mi consejo sincero: no lean libros traducidos, ni siquiera los míos. Aprendan idiomas. En el peor de los casos, lean a Rulfo, a Borges y a Valle-Inclán y tendrán cubiertas por completo sus necesidades básicas. De verdad. Se lo dice un traductor experimentado".
Dichosos estos tiempos que vivimos que podemos escoger, sobre todo para los que crecimos en el desierto y no siempre supimos más tarde orientarnos bien.