No por haberse citado muchas veces queda desvalorizada la frase. Dice Friedrich Hölderlin: "¡Oh, sí! El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona". ¿Somos más dioses que mendigos? Pero ¿de qué nos sirve ser dioses en medio del tráfago de los sueños? Atormentada condición la nuestra: riqueza en el soñar, miseria en la reflexión. Desequilibrio de los platillos de la balanza de la vida. Los deseos y los anhelos nos persiguen revestidos de mil formas oníricas. Mientras, añade el escritor de Wurtemberg, "cuando el entusiasmo desaparece, ahí se queda, como un hijo pródigo a quien el padre echó de casa, contemplando los miserables céntimos con que la compasión alivió su camino". La euforia de lo vivido como ficción nos deja desnudos a la hora de la otra verdad. Una hora que tememos, porque nuestro pensamiento es débil o, al menos, insuficiente. Náufraga divinidad la de los hombres.