30.11.18

Paleoantropóloga María Martinón Torres. Servicio y servidumbre del hombre






Paleoantropóloga María Martinón Torres en un artículo aparecido hoy: "Hace 2,5 millones de años la tecnología comenzaba a servir al hombre y hoy nos preguntamos si es el hombre el que depende, servil, de la tecnología". ¿No ha habido siempre algún grado de servidumbre de la tecnología? Sin aquellas primeras herramientas de los antepasados desde hace más de dos millones y pico de años ni ellos ni otros después habrían llegado a nada. Se debían a ellas, pero también las herramientas o armas se debían al esfuerzo por perfeccionarlas. Relación complementaria. Y es que todo perfeccionamiento de una herramienta o de una máquina proporciona una capacidad de transformación. Las manos han sido vitales y en nuestro tiempo, no digo en el futuro, en cierto modo, las manos reducen su capacidad de acción, si no la pierden en muchos casos, para dar paso a máquinas y sistemas informáticos de última generación. Precisa Martinón: "Hay quien dice que el éxito de la humanidad llegó cuando fuimos capaces de independizarnos del medio, una afirmación que a mí me produce sentimientos encontrados. Con las primeras herramientas arrancó la historia de lo que algunos llaman nuestra 'liberación'. Sin embargo, el relato de nuestro éxito como el de la conquista de nuestra independencia del entorno tiene ecos de hijo desagradecido que muerde la mano que le da de comer, que se jacta de esclavizar la tierra que un día le sirvió de cuna. También es verdad que las mismas manos que pueden tallar árboles o clavar puñales pueden plantar flores, tocar el piano o curar heridas. Todas son cosas de humanos, al fin y al cabo". 

Se podría entender que hubo un cierto grado de independencia del medio para caer en nuevas dependencias de otros medios. O de otros recursos, o de otras herramientas. El juego homínido -sea de australopithecus, neandertales o sapiens, o de lo que venga con las nuevas creaciones de variantes de la especie que traiga la biotecnología- siempre será dual. Coincido con la especialista en que, visto en perspectiva, el comportamiento del hijo de aquella naturaleza ha sido un tanto ingrato con la Tierra. Pero es que dual es también el esfuerzo. El desafío de sobrevivir la especie a costa de profundas y no siempre racionales transformaciones de las que no tenemos claro si en el grado de alarma que hemos alcanzado se podrán parar. El lado oscuro y violento y la parte racional y colaboradora del hombre conviven en un difícil equilibrio. ¿Hasta qué punto un rostro se ha impuesto siempre al otro?














28.11.18

Saltar de la moral a la ética. Poeta Chantal Maillard





Poeta y ensayista Chantal Maillard en su artículo El semejante: "Lo que nos importa es tan solo lo que nos concierne". Pero, ¿qué creemos que nos concierne? ¿Nuestro más o menos reducido ámbito, nuestras necesidades personales, nuestras ansias de ganancia? Maillard: "Lo que hoy en día nos pone a salvo de que todo lo que ocurre en el mundo nos concierna es que lo recibimos por los mismos medios y en el mismo recuadro en el que recibimos la ficción". ¿Será, piensa uno, este el punto de la confusión en que vivimos, no distinguir lo real de lo ficticio? La poeta sigue: "Nos pone a salvo el hecho de que las emociones generadas por lo que vemos en la pantalla sean las propias del espectáculo, emociones transformadas por la representación y, por tanto, neutralizadas en cuanto germen de rebeldía. Porque si recibiésemos lo representado no 'en directo', sino directamente, es decir, en presencia viva, el impacto sería de tal magnitud (o al menos eso quiero pensar) que no nos dejaría indiferentes en nuestra diferencia. De repente nos sentiríamos concernidos. De repente el otro, los otros, todo lo otro habría saltado la valla".

El tema planteado nos remite al Yo y al Otro, a nosotros y al prójimo. Y nos sitúa en la cuestión moral: ¿cómo sentirnos concernidos por lo que le pasa al otro sin una cesión de algo de nosotros mismos? Dice Chantal Maillard: "La moral del semejante crea el diferente, aquel del que tenemos que defendernos. Siempre que hay prójimo (hermano, próximo, igual) hay otro y, entre ambos, fronteras que designan y circundan lo propio, y donde hay propiedad hay codicia, y donde hay codicia hay guerra". No lo pongo en duda, pero ¿estamos condenados para siempre a esa espiral que nos persigue desde el principio de las tribus o de las sociedades?  "En un mundo global hemos de pensar en términos ya no de moral, sino de ética, que es algo bien distinto. La moral es un conjunto de costumbres o reglas de convivencia; la ética es un habitar. La primera defiende lo que creemos que nos pertenece; la segunda, cuida el lugar al que todos pertenecemos. Pasar de la moral a la ética implica necesariamente ensanchar el marco de pertenencia. Y esto no puede hacerse de otra manera que entendiendo lo que a todos nos asemeja: el hambre, el miedo, el dolor, la pérdida".

No puedo poner peros a la argumentación de Maillard, y solo se me ocurren preguntas. ¿No llevamos ya demasiados milenios sin resolver la cuestión? ¿Ha avanzado el pensamiento humano hasta el punto de distinguir moral y ética y hacer de esta última una herramienta constructiva para el futuro de la convivencia? ¿Nos vemos incapaces de salir del círculo vicioso de los sofismas que nos mueven entre la piedad y la compasión y solo conducen a justificar nuestro statu quo? ¿Cuántas guerras más o cuántas carencias serán necesarias para entender que lo que concierne en un mundo globalizado debe comprenderse como tal? Chantal Maillard plantea elementos de debate, no solo de opinión, porque como ella afirma en su artículo "ningún debate de opinión conduce a pensar y a actuar correctamente porque la opinión nunca parte de una premisa sopesada y ecuánime. Nada menos ético, por tanto, que un debate de opinión. Y nada más vulnerable y manipulable que un individuo que no sea capaz de pensar con neutralidad sentimental. Y es que sin neutralidad emocional no hay diálogo posible, no hay dialógica, no hay política. Solo combate".



22.11.18

La honesta lucidez de Rodolfo Otero, bailaor














“Yo no soy una persona muy dada a la grandilocuencia. Me encanta la gente que tiene cultura, me encantan los poetas, los literatos, los escritores; me encanta lo que yo haga si lo hago bien, si lo hago mal me detesto. Porque lo más precioso que puede haber en esta vida es estar conforme con uno mismo, sabiendo que lo que hace es de verdad y que no engaña a nadie. Que es muy difícil, porque a la mayoría de la gente le gusta engañar, aparentar, ser… y el que es de verdad no hace falta que lo diga, se le ve”. Rodolfo Otero, bailaor vallisoletano, fallecido a los 86 años el pasado sábado. Hasta hace cuatro días se le veía en la bici por la ciudad. Palabras escuetas, justas, precisas, sinceras las suyas. Yo diría que necesarias. Porque necesitamos escuchar la voz de la sabiduría, que es la de la resistencia, no la de los vendedores de feria ni la de los demagogos a sueldo público. Al pan, pan. La antítesis del ritmo efímero y superficial de nuestro tiempo.

Salud, Rodolfo, y eterno baile.














Rodolfo Otero entre Benito Carracedo, a la derecha, autor del libro Rodolfo Otero: amor por la danza, y Julio Martínez, editor, en la presentación del libro en abril de 2017.





19.11.18

Conquistar el silencio. Julio Llamazares














Escritor Julio Llamazares: "La conquista del silencio debería ser un objetivo político como el de la calidad del aire o la pureza de nuestros mares y ríos". Me apunto a defender ese derecho y a realizar esa conquista. No exige banderas, ni himnos, ni insignias, ni carnés, ni ideología de pensamiento único. Solo buena intención y manos a la obra. Continua Llamazares: "La contaminación acústica que entorpece nuestras conversaciones, no digamos ya nuestro pensamiento, en países como España es cada vez más difícil de soportar, pese a lo cual no parece preocuparles a muchos, a juzgar por los gritos que llenan los establecimientos públicos y los medios de comunicación no escritos".

Uno echa de menos aquellos tiempos en que había infinidad de tertulias y encuentros en cafeterías, o lecturas en soledad,  sin que la música saliera de su segundo plano de acompañamiento. Pero los interiores y los exteriores se fundieron en un universo de ruido donde difícilmente el hombre común tiene escape y relajación. Insiste el escritor leonés: "Entregadas al griterío y el ruido (que en muchos bares y restaurantes la televisión o la música contribuyen a amplificar), la mayoría de las personas están lejos hoy de entender siquiera que el silencio es un derecho de todos como el aire y el agua limpios o como cualquiera de los que figuran en la Constitución de cualquier país". Algunos justifican el ruido como parte de la idiosincrasia, poco menos que sacramental, del español. Mala idiosincrasia la que se basa en la falta de respeto y la consideración hacia el otro.

Da en la clave Llamazares: de objetivo cívico debería pasar a político el compromiso de combatir el ruido y recuperar los silencios del individuo. Pero, ¿quién pone el cascabel al gato si no ponemos todos de nuestra parte para enmendar nuestras negras y enraizadas conductas?




14.11.18

Para qué escribe Francisca Aguirre, poeta














“Escribes para no andar a gritos y para no volverte loca". Francisca Aguirre, reciente Premio Nacional de las Letras. Suficiente y saludable argumento el que propone. Y añade: "La poesía tranquiliza. A mí me ayuda. El mundo es injusto pero el lenguaje es inocente. El poder de las mujeres es tener la oportunidad de decir que no. Por eso es tan importante la educación, la independencia. Queda mucho por hacer porque la desigualdad sigue siendo enorme: entre hombre y mujeres, entre ricos y pobres…" Ratifico lo que dice, y me permito opinar que también se escribe para sobrellevar los silencios o para conquistar aquellos que eliges. La escritura -y la lectura, obviamente- se nos ofrece como un mundo interior paralelo al hombre del que tenemos que tomar posesión, no importa si la mayoría de las veces se escribe para uno mismo. Eso basta y justifica. 

Solo una objeción al comentario de la poeta Aguirre. No creo que el lenguaje sea inocente. Y no sé hasta qué punto el niño utiliza con inocencia las palabras. Va distinguiendo el interés que tiene el lenguaje para sus fines a través de su uso. Siempre intenta lograr algo con ellas. Pero al menos mucho de lo que pretende aún se circunscribe al planeta de la ingenuidad y las buenas intenciones. Las palabras pueden ser ambiguas o precisas, pero buscan siempre algo y se adscriben a un mundo de ideas y de metas interesadas. Los adultos lo sabemos muy bien. Los publicistas dominan el arte de las palabras y las imágenes. Los políticos e ideólogos las revientan y las desfiguran para sus fines manipuladores. La seducción de las palabras pueden llevar a precarias verdades o a mentiras excesivas. Si hay dudas, mírese cómo funciona el entorno. 

Por otra parte, bendita Francisca Aguirre que me incita sin quererlo a leer su obra.