Poeta y ensayista Chantal Maillard en su artículo El semejante: "Lo que nos importa es tan solo lo que nos concierne". Pero, ¿qué creemos que nos concierne? ¿Nuestro más o menos reducido ámbito, nuestras necesidades personales, nuestras ansias de ganancia? Maillard: "Lo que hoy en día nos pone a salvo de que todo lo que ocurre en el mundo nos concierna es que lo recibimos por los mismos medios y en el mismo recuadro en el que recibimos la ficción". ¿Será, piensa uno, este el punto de la confusión en que vivimos, no distinguir lo real de lo ficticio? La poeta sigue: "Nos pone a salvo el hecho de que las emociones generadas por lo que vemos en la pantalla sean las propias del espectáculo, emociones transformadas por la representación y, por tanto, neutralizadas en cuanto germen de rebeldía. Porque si recibiésemos lo representado no 'en directo', sino directamente, es decir, en presencia viva, el impacto sería de tal magnitud (o al menos eso quiero pensar) que no nos dejaría indiferentes en nuestra diferencia. De repente nos sentiríamos concernidos. De repente el otro, los otros, todo lo otro habría saltado la valla".
El tema planteado nos remite al Yo y al Otro, a nosotros y al prójimo. Y nos sitúa en la cuestión moral: ¿cómo sentirnos concernidos por lo que le pasa al otro sin una cesión de algo de nosotros mismos? Dice Chantal Maillard: "La moral del semejante crea el diferente, aquel del que tenemos que defendernos. Siempre que hay prójimo (hermano, próximo, igual) hay otro y, entre ambos, fronteras que designan y circundan lo propio, y donde hay propiedad hay codicia, y donde hay codicia hay guerra". No lo pongo en duda, pero ¿estamos condenados para siempre a esa espiral que nos persigue desde el principio de las tribus o de las sociedades? "En un mundo global hemos de pensar en términos ya no de moral, sino de ética, que es algo bien distinto. La moral es un conjunto de costumbres o reglas de convivencia; la ética es un habitar. La primera defiende lo que creemos que nos pertenece; la segunda, cuida el lugar al que todos pertenecemos. Pasar de la moral a la ética implica necesariamente ensanchar el marco de pertenencia. Y esto no puede hacerse de otra manera que entendiendo lo que a todos nos asemeja: el hambre, el miedo, el dolor, la pérdida".
No puedo poner peros a la argumentación de Maillard, y solo se me ocurren preguntas. ¿No llevamos ya demasiados milenios sin resolver la cuestión? ¿Ha avanzado el pensamiento humano hasta el punto de distinguir moral y ética y hacer de esta última una herramienta constructiva para el futuro de la convivencia? ¿Nos vemos incapaces de salir del círculo vicioso de los sofismas que nos mueven entre la piedad y la compasión y solo conducen a justificar nuestro statu quo? ¿Cuántas guerras más o cuántas carencias serán necesarias para entender que lo que concierne en un mundo globalizado debe comprenderse como tal? Chantal Maillard plantea elementos de debate, no solo de opinión, porque como ella afirma en su artículo "ningún debate de opinión conduce a pensar y a actuar correctamente porque la opinión nunca parte de una premisa sopesada y ecuánime. Nada menos ético, por tanto, que un debate de opinión. Y nada más vulnerable y manipulable que un individuo que no sea capaz de pensar con neutralidad sentimental. Y es que sin neutralidad emocional no hay diálogo posible, no hay dialógica, no hay política. Solo combate".