"Todo es mío y nada es mío", dice Macrobio. La vida de este gramático y escritor tiene mucho de enigma y los especialistas no se ponen de acuerdo en "si se llamaba Macrobio o Teodosio; si era de finales del siglo IV o primera mitad del V; griego, africano o hispano; pagano o cristiano", señala el traductor Jordi Reventós. Macrobio: un conductor importante de los saberes de la antigüedad y de la filosofía neoplatónica que, como tantos otros, su nombre y su obra parecen haberse quedado en los monasterios medievales o en las estanterías de los departamentos de filosofía. En esa expresión "Todo es mío y nada es mío" no se tiene que ver una cuestión de propiedad o desprendimiento de los bienes materiales, incluidos los intelectuales, sino una acertada conclusión sobre lo que hoy llamaríamos el sincretismo que lo impregna todo. Lo peculiar es que se nos sigan vendiendo teorías, ideas y ocurrencias como si se dieran en estado puro. No hay nada de esto en el mundo del pensamiento. Todo lo que se construye en la esfera de la racionalidad, y también en la de la fantasía, se debe a otro elemento y este a otro, etcétera. Incluso varios elementos entrecruzados proporcionan un cuerpo de pensamiento, de cuya brillantez nadie duda, precisamente por esa mixtura. El pensamiento es como la naturaleza en sí: fractalidad por una parte, imprevisión por otra. Pero siempre mezcla.