12.9.14

Capítulo 68 de Rayuela, de Julio Cortázar



















Transcrito tal cual, sin comentario de textos, sin traductor simultáneo, pero eso sí, con una sonrisa de comisura a comisura de los labios. Las palabras se han sublevado y el racimo que Cortázar nos ofrece deja que lo llenemos de contenidos. ¿No es poderoso en este caso el continente? ¿No se apodera la forma del fondo? ¿O es una fusión total en que las palabras precisas del lenguaje habitual son desplazadas por la aparente precisión de otros términos invasores? O acaso solo es cuestión de tiempo que hablemos así. Al fin y al cabo, los hombres tampoco acabamos de entendernos con el vocabulario usado habitualmente.


"Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias."







Dibujo de Odd Nerdrum