Clarividente y sincero, ¿o solo irónico?, Marco Antonio El Bolo Flores: “No tengo ego. Si lo tuviera, me mantendría releyendo mis libros. Hay gente a la que sí le gusta solazarse leyendo lo que publicaron. Yo no me acuerdo de lo que escribí en Los compañeros, ni en Los muchachos de antes”, citaba en una entrevista de hace tiempo, haciendo referencia a algunas de sus obras. Tal vez fuera solo un guiño a su vejez, pero a mí se me antojan palabras contundentes. ¿Será que sus experiencias personales y sufridoras eliminarían el lado mas viscoso y destructivo del ego? Apuntemos: ¿cuántos de los escritores, blogueros, predicadores o políticos al uso no se regodean cada día en sus textos o imágenes? Cultos presuntuosos. Pérdida del tiempo. Ahora, El Bolo Flores, escritor largo -poeta, narrador, ensayista- y resistente guatemalteco a quien todas las vicisitudes revolucionarias y dictatoriales debieron de poner a prueba su ego, ha muerto en un accidente de circulación. En eso acaba la domesticación o el exceso de ego, en el polvo y las cenizas.