"He ido dando mi vida a las palabras
y me he hecho lento pasto de esta hambre de perro."
Canta en Las horas Salvador Espriu y va acabando el año de su centenario. Cuando alguien ya no vive, celebrar su aniversario es humo. Pero ¿y si nos deja un legado bello e importante de palabras? Entonces no se trataría de celebrar ni centenarios ni períodos más cortos, sino de disfrutar de su obra día a día. Yo mismo alcé el blog robando parte del título de un libro de relatos, Ariadna al laberint grotesque, y derivé por calles de laberintos de palabras y de sones y de imágenes que nunca acabas de saber si son sombras o reflejos. Preso quedo en la gruta y en el laberinto, y acaso también tal hambre hace mella en mí. Y eso sí, algo de una pena grande porque los habitantes de Sefarad sepan poco de quien cantó a su propia piel de toro. De quien dio su vida a las palabras que son como otras vidas. Allá los ingratos, yo al laberinto:
"¡Ah, guardián, caridad para los huesos,
pues ya sin nada de carne te llego!"
Fotografía de Petr Pavlensky