La fragilidad en los textos. "¡Qué difíciles y penosos son los últimos días del anciano!", leo en uno. De inmediato me viene el recuerdo de lo experimentado por y con aquel anciano tan próximo. Su lento desgaste, su paulatina pérdida de facultades, sus mermas desiguales y algunas sorprendentes.Sigo leyendo el relato: "Día tras día se vuelve más débil; sus ojos se empañan, sus oídos se ensordecen; su fuerza se desvanece; su corazón ya no conoce la paz; su boca permanece silenciosa y ya no dice palabra alguna." Podría desde lo presenciado matizar alguna aseveración, pero sería seguramente vana redundancia. Con qué paciencia noble sobrellevaba el anciano que yo conocí las adversidades del fin de sus días. Estos eran curvas en las cuales los estados de ánimo del hombre iban aproximándose, sin perder nunca una cierta identidad diferenciadora. Los estados de ánimo de la vejez no son comparables a ninguna otra edad con más fortaleza física. Sigo leyendo: "El poder de su mente disminuye y ya no puede recordar cómo fue el ayer. Le duelen todos los huesos. Aquello que no hace mucho tiempo se realizaba con placer, ya es doloroso ahora; el gusto desaparece. La vejez es la peor de las desgracias que pueden afligir al hombre." La descripción es una fotografía del momento presente. Tal cual acontece.Se podría añadir más literatura farragosa, o precisar las secuelas de orden social y calidad de vida que se dice ahora, en la ancianidad. Mas el texto es muy preciso, muy observador; duro, inevitablemente duro.
Sorpresa y reconocimiento al leer estas letras entrecomilladas de Ptah-Hotep, escriba, filósofo y escritor egipcio de hacia 2.500 antes de nuestra era. El valor de las antiguas miradas sobre el mundo y los hombres.