Regalo exquisito de mi librero: El hombre que plantaba árboles, de Jean Giono. En mi asombro compruebo que no solo es un bello texto sino una espléndida edición con dos desplegables interiores que recuperan mi alma de niño.
"El objetivo de esta historia es el de hacer amar a los árboles, o con mayor precisión: hacer amar plantar árboles", manifestó Jean Giono a la autoridad francesa responsable de aguas y bosques, que en su día no entendió bien el relato. Pero ¿es solamente la historia de amor con la naturaleza de su protagonista Elzéard Bouffier? Es también la historia de alguien que niega la historia, sobre todo cuando ésta es destrucción. La de una especie de anacoreta que ignora las dos guerra mundiales europeas del siglo pasado mientras planta robles, hayas, arces, alisos..."Cuando pienso que un solo hombre, reducido a sus simples recursos físicos y morales, fue capaz de hacer surgir del desierto este país de Canaán, siento que, pese a todo, la condición humana es admirable." Este es el mensaje esperanzador y que hoy llamaríamos ecologista de Giono. Pero uno no puede por menos que leer más allá del texto. Tal vez la reforestación a la que dedica su vida el protagonista sea la contrarréplica a la destrucción sistemática que las contiendas del resto de los hombres sometía al continente. Ahí la metáfora. ¿Qué pasaría si los ciudadanos dieran la espalda a sus autoridades cada vez que suenan clarines de guerra para hacer a cambio algo constructivo? Naturalmente es una metáfora, incluso una utopía, se dirá, pero las metáforas y las buenas intenciones pueden hacernos a tiempo más cuerdos desde su ficción.
Ilustraciones de los desplegables interiores, de Joëlle Jolivet