"¡Solo la muerte no miente! ¡Solo la muerte!", exclama Sadeq Hedayat en su magistral El búho ciego. Pero qué integridad tan poco meritoria, ¿no? En el no-existir tampoco ha lugar para el valor de una integridad humana. No obstante, el pensamiento sirve para comprender de qué somos capaces e incapaces los vivos. Continúa el persa: "Somos hijos de la muerte. Su presencia aniquila todas las supersticiones. Ella nos salva de las falacias de la vida y, desde las profundidades mismas de ésta, nos llama y nos atrae hacia sí." Pensamiento repetido desde las primeras culturas literarias, que Hedayat actualiza. Porque las palabras hay que actualizarlas: aun diciendo lo mismo que los clásicos es preciso volver a pronunciarlas. Solo se me ocurre: lo verdaderamente estimable para los humanos es ir aniquilando las supersticiones en vida. Para evitar que la muerte se apunte tantos que no le pertenecen.