"La belleza es un aparecer ahí." François Cheng, en Cinco meditaciones sobre la belleza. Una rosa, el ejemplo típico, y no se pregunte más. Pero también una sonrisa, la aparición de alguien que nos sorprende y nos llena de gozo, una actitud generosa que nos hace concebir esperanzas, un alba cuya luz purifica, una idea cargada de hallazgo o comprensión para nuestra actividad intelectual, un paisaje inabarcable por su multiplicidad de elementos, una representación plástica deslumbradora. Es un estar esperando, pues por su propia condición de ser bella, la belleza nunca se detiene ni es inerte. Se hace y se deshace. Llega y se va para luego regresar y volverse a ir. ¿Es un estado, una condición, un artificio en sí misma? Acaso una revelación. "Toda belleza es singular y, según los momentos y las luces, su manifestación, por no decir su 'surgimiento', es siempre inesperado. Una figura de belleza, incluso una a la que estuviéramos acostumbrados, debería presentársenos cada vez como nueva, como un advenimiento. Por esta razón la belleza siempre nos conmueve. Hay bellezas llenas de una luminosa dulzura que, de repente, por encima de las tinieblas y del sufrimiento, nos remueven las entrañas; otras, surgidas de algún subterráneo, nos atrapan o nos arrebatan con su extraño sortilegio; otras, puro fulgor, subyugan, fulminan", puntualiza Cheng. ¿Propio todo ello para calificarla de manifestación pero también como de inasible belleza?
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