"Somos invitados de la vida", afirma categórico y exultante George Steiner en una entrevista. Invitados, ¿sólo en una dirección? "¡En este pequeño planeta en peligro debemos ser huéspedes!", exclama el crítico de literatura. Algo que tanto los franceses como los españoles podremos entender fácilmente, y lo aclara: "El francés tiene un término milagroso casi intraducible: la palabra huésped denota tanto a quien acoge como a quien es acogido. Es un término milagroso. ¡Es ambas cosas!." Pero, ¿sabemos estar como huéspedes y recibir como tales? Absorta como se halla la humanidad en haber fomentado y ocupado otra Tierra -más o menos artificial, virtual, casi grotescamente imaginaria- dentro de la Tierra se tiene la sensación de que los límites de la real se han perdido. Steiner aconseja: "Aprender a ser el invitado de los demás y a dejar la casa a la que uno ha sido invitado un poco más rica, más humana, más justa, más bella de lo que uno la encontró. Creo que es nuestra misión, nuestra tarea." Qué menos, pero ¿lo ven todos claro? Los invitados de la vida no podemos irnos de este mundo de manera ingrata. O el huésped milagroso perderá su don definitivamente.