26.9.23

En presencia del grito, Mahmud Darwish

 




Poeta palestino Mahmud Darwish en su libro En presencia de la ausencia: "De repente, al volver a un cuerpo atado a cables y máquinas en una habitación grisácea, te pusiste a gritar. ¿Dónde estoy? -preguntaste, y no te dejaron decir más-. Más tarde supiste que los gritos de dolor habían sido la prueba de tu vuelta a la vida, que empieza y acaba con un grito." Ninguno de los dos gritos son únicos y menos semejantes. Tampoco se puede aseverar que en todos los casos el grito primero sea estruendoso y el último quede prácticamente ahogado. ¿Es el grito algo puramente biológico en ambas situaciones? ¿Pesa en el postrero el desconcierto cultural del individuo que ha atravesado toda una vida? ¿Es solamente reflejo el clamor chirriante del naciente o su percepción de vida tiene ya su pizca de conciencia? 

Continúa Darwish: "Preguntaste: ¿Dónde he estado? Te dijeron que la muerte te había secuestrado durante minuto y medio, y que una descarga eléctrica te había devuelto a la vida. Pensaste: ¿Tan bella y tranquila es la muerte? No. Aquello no había sido la muerte. Había sido vida de otro tipo. Un dormir a pierna suelta. Un dormir feliz. Y entonces te percataste de que la muerte no les duele a los muertos, sino a los vivos." Si la muerte supiera del dolor se perdonaría a sí misma. Pero la muerte no piensa ni siente. El vacío no hace repaso ni razona ni lamenta. La enfermedad, esa prueba de fragilidad del individuo que a veces llega a casos extremos e irreversibles, sí que juega con sus dados de consciencia. Miedos e ilusiones de superación, tan aparentemente contradictorios ellos, se desbordan sobre un tablero llamado cuerpo. Nadie vuelve de la muerte, sí se puede volver del sueño de la muerte del mismo modo que constante y continuamente regresamos de los sueños de la vida.






20.9.23

Sadeq Hedayat y su sombra

 


"Si ahora escribo es a causa de esta necesidad incontrolable que me impulsa a hacerlo. Tan solo por eso. Necesito, incluso, mucho más que antaño, comunicar mis pensamientos a este ser imaginario que es mi sombra". Sadeq Hedayat en la extraordinaria obra El búho ciego. La sombra como testigo. La sombra como urgencia. La sombra como la otra mirada de sí mismo. 

Continúa crítico: "Esta sombre encorvada, funesta, que la lamparilla proyecta sobre la pared y que parece leer con suma atención y devorar ávidamente todo cuanto escribo. Seguro que ella comprende todo esto mejor que yo. Tan solo con ella puedo sincerarme. Es ella quien me obliga a hablar, ella la única que puede llegar a conocerme". Hedayat transforma la metáfora porque la sombra no es un elemento pasivo, sino que actúa sobre el hombre. No se limita a dejarse llevar por inercia, arrastrada sobre las circunstancia de la vida a una proyección lineal. 

Y concluye el pensamiento: "Porque ella comprende, ¡vaya si comprende...! Por eso quiero escanciar gota a gota el zumo, o mejor dicho, el vino amargo de mis días, en su gargante seca y decirle: ¡Bébetela: esta es mi vida!" No, el que escribe no es tan unilateral como parece. Sobre todo si se propone prospectar la amargura de la existencia. Necesita estar dentro y fuera de su apariencia. Porque acaso la mayor injusticia que comete un escribiente consigo mismo sea no ser sincero, no ahondar, no utilizar el lenguaje para rendir cuentas. Allá si hay lectores o no detrás de lo escrito. Lo importante es que no suceda como con el relato de Adelbert Von Chamisso en que el protagonista Peter Schlemihl perdió su sombra.

Por supuesto, recomiendo vivamente El búho ciego, no sé si habrá ediciones en vigor. No es una obra para personalidades débiles precisamente aunque, quién sabe, acaso las vuelve, como una sombra, mucho más fuertes.






16.9.23

Emma en su crisis

 



"A partir de entonces, ese recuerdo de León fue como el centro de su hastío; chisporroteaba con más fuerza que, en la estepa rusa, la hoguera de unos viajeros abandonada en la nieve. Emma se abalanzaba hacia ella, se acurrucaba junto a ella, espabilaba con mimo ese fuego a punto de extinguirse, iba a buscar en lo que la rodeaba cuanto pudiera avivarlo más; y las reminiscencias más remotas y también las ocasiones más inmediatas, lo que sentía y lo que imaginaba, las ansias de voluptuosidad que iban a la desbandada, los proyectos de dicha que crujían en el viento como ramas secas, la virtud estéril, las esperanzas derruidas, el mantillo doméstico, lo recogía todo y lo utilizaba todo para que no se enfriara la tristeza". 

Conclusión: cuando uno, quienquiera que sea, escribe de este modo, tal como lo hizo Gustave Flaubert en Madame Bovary, que ahora otros traducen La señora Bovary, no sé si por moda de los tiempos o por adaptación más lineal y correcta al castellano, puede decirse que merece ser leído con completo interés. No solo o tanto por seguir un argumento sino por disfrutar del engarce de cada frase, de su sintaxis, del perfil que dibuja de uno o varios personajes, situaciones o paisajes. En un solo párrafo ya nos inquieta el suceso intimo, amargo, quebradizo e incierto de la esposa de Charles Bovary. Y eso a uno le maravilla.

NB. Con la confianza que me otorga la traducción de María Teresa Gallego Urrutia en la edición de Editorial Alba.