¿Desmerecen o son insuficientes las transgresiones lineales, aquellas que se acometen en el mismo plano o manifestación del ser de cada individuo? Tal vez las transgresiones más auténticas son las que se proyectan más allá del límite de una actividad. Las que se cruzan y aparean con otras manifestaciones con las que, en principio, parece que nada tienen que ver. Roland Barthes, de nuevo: "Liberación política de la sexualidad: es una doble transgresión de lo político por lo sexual y viceversa. Pero eso no es nada: imaginemos ahora introducir de nuevo en el campo político-sexual así descubierto, reconocido, recorrido y liberado...una pizca de sentimentalidad: ¿no sería esto la última de las transgresiones? ¿la transgresión de la transgresión? Porque a fin de cuentas eso sería el amor: que regresaría, pero en un lugar distinto."
E incluso opuesto, me da en pensar. ¿Fusión de lo épico y de lo lírico? ¿Eros y Tánatos cómplices y amantes transgresores en territorios aparentemente de antípodas? La sexualidad que tiende al extremo del aburrimiento reclama incentivarse, recrearse. La política que escora hacia el apartamiento de los ciudadanos se descalifica y requiere una cierta dosis de amor. Uno quiere ver en ese margen recóndito que permanece de concepto generoso y desinteresado entre ciertos individuos políticos (nada de profesionales) una mano tendida. La transgresión natural. La purificación de lo privado y de lo público, en un bucle que se debe mutuamente.