Ramón Andrés, autor del gozoso Diccionario de música, mitología, magia y religión, comenta en El País: "El silencio es una cuestión interior, un estado mental." Tal vez ahí dentro se encuentra el espacio en que silencio y palabra conviven hasta cierto punto. El silencio nos hace, es el territorio de la armonía. ¿Por qué no iba a serlo también de la meditación y no solo del pensamiento desaforado? Cuando la voz se impone al silencio con su algarabía y estruendo el silencio queda relegado. Pero, ¿no influye de manera decisiva el exterior del individuo? Continua Andrés: "El problema es que el silencio no es productivo, y cuestiona. Por eso no se fomenta." A veces se vincula silencio con indolencia, y la indolencia suele ser el enemigo número uno de la actividad productiva, pauta que rige la sociedad y las relaciones entre sus miembros. ¿Habremos perdido ahí? "La sociedad laica no ha conseguido espacios de silencio, hacemos demasiado ruido. El silencio ha quedado relegado a lo religioso, a lo sacro. No debería ser así. Y eso es otra derrota de la sociedad civil." No me extraña que personas con mentalidad radical hayan optado por vivir en un monasterio, aun dividiéndose interiormente. ¿No será el silencio perdido por el individuo común una suerte de vindicación pendiente y más que nunca urgente en la sociedad civil?
Sería una suerte de vindicación pendiente y urgente si quedarse callado en esta sociedad -o en silencio-, fuese sinónimo de encaminarse hacia la reflexión o apostar hacia una meditación necesaria en los seres humanos que componen el conjunto -desastroso- de sociedad en la que vivimos. Quizá no sea muy optimista o nada, pero el que puede meditar buscará el silencio tarde o temprano y sería provechoso, pero no todos pueden hacerlo, y de hecho, creo sinceramente y sin acritud, que es mejor tener a un "tonto" ocupado.
ResponderEliminarMe encanta la expresión del señor Ramón Andrés, es de esos rostros con los que apetece quedarse largas tardes en silencio...
Cariños,
Nená