"¿Por qué nuestra vida la dominan el descontento, la angustia, el miedo a la guerra, la guerra?", se pregunta Pier Paolo Pasolini al comienzo de la película La rabbia. Pasolini también debió sentir el acoso de la rabia en estado puro y latente cuando, a pesar de haberle encargado la película, el productor decidió incorporar una segunda parte, manu Guareschi, en las antípodas del pensamiento y el enfoque del primero. Para no suscitar demasiado disgusto a aquellas clases pudientes que tan pronto se ponían un traje como se cambiaban a otro para adecuarse a las circunstancias. Pues bien, la pregunta inicial obtiene el ensayo de respuesta con el film mismo. Unas palabras de Pasolini electrizan y hace meditar al espectador:
"Si no se grita viva la libertad humildemente
no se grita viva la libertad.
Si no se grita viva la libertad riendo
no se grita viva la libertad.
Si no se grita viva la libertad con amor
no se grita viva la libertad."
¿No hay un halo de idealismo y de utopía en un cineasta al que se le puede acusar de lo que se quiera menos de inconsecuente en su moral y su trayectoria?
Y le perdió su gusto arrabalero, a saber si una emboscada por incómodo. Un referente de autenticidad.
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