Peggy Guggenheim, orgullosa: "No solo soy la única mujer del mundo que duerme en una cama de Calder, sino también la única que lleva sus grandes pendientes móviles. Todas las mujeres de Nueva York que tienen la suerte de ir adornadas con una joya de Calder poseen un broche, una pulsera o un collar". A los que nos han fascinado siempre los móviles de Calder -¿no se tiene la sensación de que habita en ellos siempre la materialización de la evanescencia?- nos gusta imaginar el ejercicio en acción de estos pendientes. El elemental caminar de Peggy podía suponer el trote de la joya. Una carrera, el alocado galope de esas fibras metálicas que se mueven en todas las direcciones. Tal vez los móviles de Calder dieran constitución física a la aparente inconsistencia de las cosas volátiles. Y con ello zarandearan la clave del desenfreno, aunque en una exposición nadie ose tocarlos. Ignoro si los pendientes lucían como Calder quiso en los lóbulos de la coleccionista de arte. Pero no me cabe duda de que, como todo toque Calder, obraban cual desafío a la gravedad.
Sería una mujer segura de sí misma. Añadir movimiento, es decir expresión, a la expresión de su cara, es una cuadratura, una elevación al cuadrado de sí misma.
ResponderEliminar"Otra" forma de verlo !
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