14.5.13

El relato es cosa de los pobres. John Berger

























"El secreto del impulso narrativo de los pobres yace en la convicción de que contar historias permite que se escuchen en algún otro lugar donde alguien, o tal vez una legión de personas, entiendan mejor que el narrador o los protagonistas lo que la vida significa. Los poderosos no pueden contar historias: un alarde es lo opuesto a un relato. Cualquier historia, por afable que sea, tiene que ser valiente, y los poderosos de hoy viven con nerviosismo. 

Una narración remite la vida a un juez alternativo o más concluyente, que está lejos. Tal vez ese juez se sitúe en el futuro, o en un pasado pendiente, o quizá en otro lugar, tras de la loma, donde el sino del día cambió (los pobres tienen que referirse con frecuencia a la buena o mala suerte) y donde los últimos son ya los primeros. 

El tiempo de los relatos (el tiempo dentro de la narración) no es lineal. Los vivos y los muertos se reúnen como oyentes y jueces dentro de este tiempo: mientras más hagan sentir su presencia ahí, lo narrado se vuelve más íntimo para quien escucha. Los relatos son una manera de compartir la convicción de que la justicia es inminente. Apelando a tal convicción, los niños, las mujeres y los hombres lucharán con ferocidad sorprendente llegado el momento. Es por eso que los tiranos temen el acto de narrar: de alguna manera, todas las historias aluden a la historia de su caída. 

<Adondequiera que iba, bastaba que prometiera contar alguna historia, y la gente le permitía quedarse por la noche: un relato es más fuerte que un zar. Pero ocurría algo: si comenzaba a contar historias antes de la cena, nadie sentía hambre y no le daban de comer. Por eso, primero que nada, el viejo soldado pedía un tazón de sopa.>" *

* (Andréi Platónov, The Portable Platonov)



Este texto aparece en el libro de John Berger Con la esperanza entre los dientesHabía leído poco a John Berger, y nada aún de Plátonov. Berger es como un sereno de la vereda de antaño, figura que nadie recuerda. Abre puertas aunque no des palmadas. La puerta del ruso se anuncia de tal envergadura que no sabes si empequeñecerás aún más al traspasar el umbral. Dándonos prisa aún se pueden hallar textos de Berger en las librerías. De Plátonov  -mi librero dice que es grande entre los grandes- apenas encuentras algo en castellano. Me van a pedir la que acaso es su principal obra rebelde, Chevengur. Un relato que debe haber sido fatal porque de la otra Rusia desapareció durante setenta años y de la sociedad occidental casi otro tanto. La verdad es que siento la morbosa atracción de la fatalidad tanto como una cierta repulsión por la crudeza que puede contener la novela. Debo estar acostumbrándome a los tiempos descafeinados.


  

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