29.7.24

Neurólogo Boris Cyrulnik y la incidencia de lo totalitario

 


Neurólogo Boris Cyrulnik en artículo suyo en El País: "Cuando la cultura ofrece varios relatos, el adolescente que no quiere seguir sometido a las verdades de sus padres elige la ficción que le conviene, la que expresa sus deseos". 

¿Será esa la base de partida de lo que muchos llamábamos rebeldía en nuestra juventud y que nos llevó a derivas contradictorias durante mucho tiempo posterior? 

"El adolescente -continua Cyrulnik- adquiere así cierto grado de libertad y se reafirma, pero, cuando en el entorno verbal no hay más que una sola historia, el joven cae en las garras de un relato totalitario, el que expresa e impone su verdad única. Cuando hay pocas alternativas, las ideas están más claras. Cuando no se puede demostrar nada, los eslóganes repetidos por el grupo al que se pertenece reemplazan a la verdad. Cuanto menos sabe una persona, más convencida está. Es una gran ventaja para la mente perezosa. Uno se siente muy a gusto cuando está rodeado de amigos que recitan las mismas palabras; proporciona una sensación de fuerza y seguridad. Pero los eslóganes eufóricos empobrecen el mundo de la verbalidad, se pierde alegremente la libertad interior y se acepta una cómioda servidumbre." 

Uno lee estas consideraciones con referencia al tiempo de la adolescencia, pero a la vez comprueba que sigue ocurriendo en el mundo de los adultos e incluso de edad muy avanzada. La adscripción, que no es sino delegación o, peor, dejación de tu propio esfuerzo de pensamiento, a un grupo de opinión poderoso, sea partido, prensa o red social, señala que mucha gente no acaba de ser adulta en cuanto a la disposición de pensamiento propio que le permita una personalidad definida y no entregada al mejor postor. Continúa el neurólogo:

"¿Se podría explicar así la capacidad de seducción de los lenguajes totalitarios? ¿Se podría entender así por qué existen hoy en todo el mundo tantos dictadores elegidos democráticamente? ¿La fatiga de pensar proporciona menos placer que la alegría de entonar a coro eslóganes que impiden pensar? Un pueblo que sufre dificultades en una sociedad desorganizada se siente mejor cuando cree lo que le dice su líder, su salvador. Esa es la manera de que, cuando estalla una guerra, el creyente pueda matar sin sentirse culpable: 'Me limito a obedecer', dice. Lo cual es cierto y también criminal".

Creo que Boris Cyrulnik da en la clave de varias de las grandes deficiencias humanas, en la historia pasada y en nuestro tiempo: el ejercicio del libre pensamiento, el método de la duda y de la búsqueda de respuestas, la necesidad de reconocer la diversidad de ideas en circulación y desbrozarlas, el esfuerzo por el conocimiento de las conductas y funcionamiento de la complejidad social, el control creativo de nuestra propia emocionalidad, la urgencia personal de construir criterio propio que no sea conducido por lo totalitario ni conduzca a totalitarismo alguno. 

Cuanto menos sabe una persona, más convencida está, dice en su texto, y repito, Cyrulnik. Lo estamos viendo todos los días y en nuestra cercanía.

 










7.7.24

Cuando la ironía también es sabiduría. Edgar Lee Masters sabía

 



Cuando la ironía también es sabiduría, y se está seguro de ello, un autor como Edgar Lee Masters pudo escribir poemas -más bien epitafios, según el autor- como el titulado Alexander Throckmorton, que dice: 

"En la juventud tuve alas fuertes, infatigables, 
pero no conocía las cumbres.
En la madurez entreví las cumbres, 
pero mis fatigadas alas ya no respondían... 
El genio es sabiduría y juventud". 

Dime, Edgar Lee Masters, cómo pueden ir de la mano juventud y sabiduría. Si presumir de jóvenes de conocimientos con reflexión y enjundia suena a presuntuoso, intentar volar a edades avanzadas puede ser irreparable. Y sin embargo el saber, que es un largo y contradictorio proceso vital, comienza arriesgando los pasos de la juventud. Y continúa creciendo a medida que se es consciente de los límites, en esa edad deseosa también llámese madura e incluso senectud.

Edgar Lee Masters (1868-1950) fue un autor estadounidense polifacético que escribió el libro, entre otros, Antología de Spoon River, al que pertenece el poema citado, que reúne 250 epitafios, pues inventaba nombres a partir de las lápidas que leía en los cementerios. Después generaba conversaciones con los personajes inventados, donde estos podían hablar desde más allá de la vida y dar opiniones sobre lo que hicieron o dejaron de hacer mientras vivieron. Una idea genial -con alas y con sabiduría- que acaso solo eran ganas de Edgar Lee Masters de entretenerse divertidamente.