Leído en El País:
Leído en El País:
"En los libros veo a los muertos como si estuvieran vivos; en los libros preveo el futuro; en los libros se disponen las cosas de la guerra; de los libros proceden los derechos de la paz". Lo escribe Ricardo de Bury (1287-1345) en su obra Filobiblión. Un tratado tan amoroso como preciso sobre el valor y uso de los libros escrito en 1334. ¿Cómo llevarle la contraria? ¿No seguimos viendo hoy en los libros a muertos como vivos y a vivos como muertos? ¿No nos hablan del pasado, también del presente y arriesgando una visión del futuro? ¿No insisten constantemente en las relaciones humanas que no solo se deslizan entre amor y muerte sino entre conflicto y pacificación?
Continua De Bury: "Todo se corrompe y consume con el tiempo: Saturno no cesa de devorar cuanto engendra, de tal manera que el olvido caería sobre la gloria del mundo si Dios no hubiera concedido a los mortales el remedio de los libros. Alejandro, el dominador del universo; Julio, el invasor del orbe y de la urbe, que con Marte y con arte consiguió por primera vez concentrar el imperio bajo una sola persona; el fiel Fabricio y el rígido Catón, hoy no serían recordados si faltara el testimonio de los libros". Independientemente de la visión que Ricardo de Bury tenía del mundo y sus personajes célebres siguen en vigor sus observaciones sobre la importancia del soporte libro. Hoy se dirá que ha quedado atrás, que no obsoleto, frente a otros soportes técnicos modernos. Pero el valor de la transmisión escrita refrendó las narraciones orales de la antigüedad más primigenia. Y ese valor permanece; otro tema es si acceden muchos a la lectura provechosa.
Y remata el bibliófilo y obispo de Durham: "Las torres yacen derribadas en tierra, las ciudades han perecido, víctimas del triunfo de la podredumbre. De no ser por los libros ni siquiera el Rey y el Papa gozarían tan fácilmente del privilegio de la perennidad. Un libro acabado ofrece la compensación de que, mientras el libro perdure, el autor goza de la inmortalidad y no puede morir, como atestigua Tolomeo en el prólogo de su Almagesto, 'Quien dio vida a la ciencia -dijo- no está muerto'. ¡Esto pensaba y escribía un hombre culto en pleno siglo XIV! Si lo hubiera dicho cuatro siglos después le llamaríamos ilustrado. Pues bienvenidos todos los ilustrados de siglos pasados de los que algunos en nuestros días quisieran prescindir.
"Después, cuando los amantes se entremezclan y confunden, sigue a ellos el carteo amoroso. Pero las cartas, ay, dejan rastros. He podido ver cómo las gentes metidas en estas lides se apresuran a rasgar sus billetes, a disolverlos en agua y a borrar todo vestigio de las letras. Porque ¡cuántos escándalos han venido por culpa de una misiva!". Lo leo en el apartado Sobre el carteo amoroso que aparece en la obra conocida como El collar de la paloma o El collar de la tórtola y la sombra de la nube. Fue escrito por Ibn Hazm Al-Andalusí (Córdoba, 994 - Huelva,1064) ¿Tan antigua es la suerte del intercambio de mensajes entre los amantes? Y mucho más, pero que en ese tiempo ya hablara de ello el filósofo andalusí da idea tanto de los usos amatorios que se llevaban en su siglo como del talento del autor para dejar constancia de ellos y reflejarlos.
Continúa Ibn Hazm su sabrosa información: "Es preciso que el formato de la carta esté dotado de la mayor gracia y que su tenor sea el más saleroso. Pues, por Dios, lo escrito en ocasiones hace de lengua, ya sea por las limitaciones del hombre para expresarse de su voz, ya por apocamiento o reverencia. En efecto, incluso la misma llegada del billete al amado y el hecho de que el amante sepa que aquel cayó en sus manos, y lo va a ver, es una delicia que el amante encuentra maravillosa y que vale por la misma visión de aquel, y el recibir la respuesta del amado y contemplarlas es una alegría que equivale al encuentro. Por ello verás que el enamorado pone la carta sobre sus ojos, sobre su corazón, que la abraza". ¿No es esto que nos traslada el pensador y poeta cordobés algo que permanece hoy en la modernidad? Cámbiese carta o billete por red social o correo electrónico y obsérvese cómo gentes de lugares distantes el planeta se transmiten sus sentimientos y querencias amorosas. Y que además Ibn Hazm sugiera estilo sobre el modo de escritura para estos lances me parece de lo más maravilloso.
Por aportar una anécdota más del filósofo: "Conozco a cierto enamorado que es persona que sabe lo que dice, ducho en la descrípción y que da curso por su lengua a sus interioridades con elocuencia, buen observador y que desmenuza los hechos, y que, con todo ello, no desdeña la correspondencia epistolar, -a pesar de que podría encontrarse con la persona amada a voluntad cerca de casa y de que la tenía a mano para cuando quisiera visitarla-.Cuenta que para él escribir cartas es una suerte de voluptuosidad." Fantástico. ¿Es que expresar la belleza de un sentimiento no es voluptuoso de por sí? ¿No es una complacencia sensual la que se transmite cuando se escribe a la persona amada? Hay verdaderos magos de la escritura que saben acompañar sus pensamientos y deseos con palabras que obran como puentes con la otra persona. Pero todo el mundo puede llevarlo a cabo.
Ibn Hazm Al-Andalusí cuenta más sobre este tema en su capítulo. Sería prolijo reflejarlo aquí. Hay una edición rigurosa de la obra en la Editorial Hiperión. Para audaces.
Si hay una obra clásica donde se exponga con detalle el recorrido de la vida humana esa es Odisea, atribuída a Homero. De pronto, en una de esas lecturas al albur de la gran aventura -el nostós griego, que tanto significa viaje como retorno- me encuentro un texto que me da por vincular con la celebración cristiana de las próximas fechas. Se desarrolla en la visita a los infiernos, el Hades, para encontrarse Odiseo con su madre. Lejos del dramatismo y el convencionalismo que se impone por estos lares nuestros la reflexión de Odiseo es entrañable:
"...Yo entonces con un fervoroso anhelo quise abrazar el alma de mi madre difunta. Tres veces lo intenté, me impulsaba mi ánimo al abrazo, y tres veces entre mis brazos se esfumó semejante a una sombra o un sueño. La pena se me hacía más y más aguda dentro del corazón, y dirigiéndome a ella le dije palabras aladas:
'Madre mía, ¿por qué no aguardas cuando quiero abrazarte para que, aun en el Hades, te rodee con mis brazos y nos quedemos saciados ambos del frígido llanto? ¿O acaso es esto tan solo una imagen que la augusta Perséfone ha enviado, para que me lamente aún más entre gemidos?'
Así hablé, y al punto me contestó mi venerable madre:
'¡Ay de mí, hijo mío, el más atormentado de todos los mortales! En nada te presenta engaños Perséfone, hija de Zeus, sino que esa es la condición de los mortales, una vez que perecen. Pues los tendones no retienen más las carnes y los huesos, sino que el potente furor del fuego ardiente los deshace apenas el ánimo vital abandona los blancos huesos y el alma, volando como un ensueño, revolotea y se aleja. Pero apúrate en volver cuanto antes a la luz. Rememora muy bien todo esto para que más tarde se lo cuentes a tu esposa'. "
Mi interpretación es que el abrazo con los difuntos no son posibles ni recuperables, salvo en nuestra mente. Ahí se activan recuerdos, y apreciamos lo que fueron las personas perdidas y sus aportaciones. Los rituales tradicionales se acabaron transformando en un ejercicio convencional, repetitivo e incluso competitivo (entre familias o clanes) y ya no todos cumplen con su paseo por los cementerios con el ramo de flores. Personalmente, si me apetece voy a contemplar y acaso a meditar un rato ante la tumba de algunos de mis antepasados en cualquier época del año. Uno soltó lastre de la ideología católica hace tiempo y su idea barroca de la muerte, tan romantizada posteriormente, no le cala en absoluto. Con los muertos, y entiéndaseme la expresión, podemos hablar desde nuestra memoria cuando nos dé la gana. Día a día. Y ellos y nosotros tan felices.
Nota bene. No hagamos de la vida en la superficie un inframundo antes de tiempo.
Edgar Morin, sabio por saber observar el mundo e interpretarlo, en su artículo de ayer en El País Horrores y errores en tierra de mitos:
Escuchado en un documental el siguiente pensamiento de Miguel de Unamuno y Jugo: "A nadie, sujeto o partido, grupo o escuela, le reconozco la autenticidad y menos la exclusividad del patriotismo".
Tal vez deberían pensar en ello los que creen aún en las grandes, medianas y pequeñas patrias, que probablemente todas ellas no pasan de mediocres. O los que levantan sus propios y endebles castillos en el aire. O los que se desgañitan con el complejo de que todo se rompe si su idea se rompe. Deberían dejar de meter ruido los vociferantes, los agitadores de banderas, los vendedores de humo y quienes hablando en nombre de todos los ciudadanos ocultan realmente su obsesiva creencia de que la propiedad del país es suya.
Recomendado: Palabras para un fin del mundo, de Manuel Menchón.
https://www.rtve.es/play/videos/documaster/palabras-fin-mundo-unamuno/5942546/
"Armas totalmente adecuadas para la vejez, y en grado sumo, son el aprendizaje y práctica de las virtudes", escribe Marco Tulio Cicerón en su discurso Catón el Mayor: Sobre la vejez, y aquí y ahora nos quedamos pensando: ¿Qué fue de aquello de las virtudes? o ¿de qué hablamos cuando citamos la palabra virtud? Aun sonando el tema a antiguo y fenecido Cicerón sigue diciendo: "Cultivadas en todas las etapas de la vida, aunque se viva larga e intensamente, producen frutos maravillosos, no solo porque nunca nos abandonan, ni siquiera en el último tiempo de la existencia (aunque esto es en verdad lo más importante), sino también porque la conciencia de una vida bien conducida y el recuerdo de lo mucho que hemos hecho bien son algo sumamente grato". Sin duda, o al menos lo da a entender así, Cicerón se había trazado un camino moral que hoy día se nos muestra a los urgentes y atropellados humanos bastante poco claro. Pendientes como estamos de obtener salidas y satisfacciones cotidianas, o al menos evitar los lados oscuros y conflictivos, ¿hasta qué punto tenemos una línea de conducta luminosa y equilibrada que nos pueda seguir consolando en los años provectos? Ello nos llevaría a preguntarnos tanto interiormente...
"Si ahora escribo es a causa de esta necesidad incontrolable que me impulsa a hacerlo. Tan solo por eso. Necesito, incluso, mucho más que antaño, comunicar mis pensamientos a este ser imaginario que es mi sombra". Sadeq Hedayat en la extraordinaria obra El búho ciego. La sombra como testigo. La sombra como urgencia. La sombra como la otra mirada de sí mismo.
Continúa crítico: "Esta sombre encorvada, funesta, que la lamparilla proyecta sobre la pared y que parece leer con suma atención y devorar ávidamente todo cuanto escribo. Seguro que ella comprende todo esto mejor que yo. Tan solo con ella puedo sincerarme. Es ella quien me obliga a hablar, ella la única que puede llegar a conocerme". Hedayat transforma la metáfora porque la sombra no es un elemento pasivo, sino que actúa sobre el hombre. No se limita a dejarse llevar por inercia, arrastrada sobre las circunstancia de la vida a una proyección lineal.
Y concluye el pensamiento: "Porque ella comprende, ¡vaya si comprende...! Por eso quiero escanciar gota a gota el zumo, o mejor dicho, el vino amargo de mis días, en su gargante seca y decirle: ¡Bébetela: esta es mi vida!" No, el que escribe no es tan unilateral como parece. Sobre todo si se propone prospectar la amargura de la existencia. Necesita estar dentro y fuera de su apariencia. Porque acaso la mayor injusticia que comete un escribiente consigo mismo sea no ser sincero, no ahondar, no utilizar el lenguaje para rendir cuentas. Allá si hay lectores o no detrás de lo escrito. Lo importante es que no suceda como con el relato de Adelbert Von Chamisso en que el protagonista Peter Schlemihl perdió su sombra.
Por supuesto, recomiendo vivamente El búho ciego, no sé si habrá ediciones en vigor. No es una obra para personalidades débiles precisamente aunque, quién sabe, acaso las vuelve, como una sombra, mucho más fuertes.
"...Cuando fui a despedirme vi que la expresión de perplejidad había vuelto a la cara de Gatsby, como si acabara de sentir una duda levísima acerca de la calidad de su felicidad presente. ¡Casi cinco años! Incluso aquella tarde tuvo que haber algún momento en que Daisy no estuviera a la altura de sus sueños, no tanto por culpa de la propia Daisy, sino por la colosal vitalidad de su propia ilusión. Su ilusión iba más allá de Daisy, más allá de todo. Y a esa ilusión se había entregado Gatsby con una pasión creadora, aumentándola incesantemente, engalanándola con cualquier pluma que pillara al vuelo. No hay fuego ni frío que pueda desafiar a lo que un hombre guarda entre los fantasmas de su corazón". (Página 94)
"Pero su corazón vivía en una revuelta turbulenta, constante. Las más grotescas y fantásticas ambiciones lo asaltaban de noche, en la cama. Un universo de extravagancias indecibles se desarrollaba en su cerebro mientras el reloj hacía tictac sobre el lavabo y la luna bañaba de luz húmeda la ropa, tirada de cualquier forma en el suelo. Cada noche aumentaba la trama de sus fantasías hasta que el sopor ponía fin a alguna escena especialmente viva con un abrazo de olvido. Durante cierto tiempo esas ensoñaciones fueron un desahogo para su imaginación; eran un indicio satisfactorio de la irrealidad de la realidad, una promesa de que la roca del mundo se fundaba firmemente sobre el ala de un hada". (Página 98)
Tal vez vivimos un mundo de fantasías y cuando sustituimos el descarnado rigor de lo ordinario por la sorpresa de la metáfora flotamos y flotamos hasta la caída que antes o después llegará.
Poeta andalusí Abu Tammam ibn Rabah de Calatrava sobre los hombres mezquinos:
Francesc Cornadó, poeta, pensante y hombre cabal:
Recurrente lectura la que hago de Wallace Stevens. Recurso oxigenante. Uno de sus Adagia da vueltas a mi alrededor hoy: "Vivimos en la mente", leo. Me parece estar escuchando a Heráclito. Un fragmento puede ser un discurso entero. Solo hace falta que el lector desarrolle la intención del autor -o la carencia de la misma- para que amplíe el relato. No hace falta utilizar palabras. Ya vamos sabiendo que estas habitan en la mente, procreen o no. Del mismo modo que en ese ámbito se hace dueño y señor el dolor o el placer o la capacidad reflexiva o el afán comunicativo o la sencilla relajación que nos procura calma y serenidad. Hagamos lo que hagamos durante el día y durante miles de días, la existencia es un devenir en la mente. Acontecemos en ella, transcurrimos en ella, concluimos en ella. He vivido en la mente, no hubo más, acaso me diga cuando postrado en una cama o ante el golpe feroz de un accidente sobre el asfalto mi tiempo acabe.
Paleontóloga María Martinón-Torres: "Hay algo conmovedor en la especie humana, en su denostada negación de la muerte, en su voluntad, más allá del instinto, de desafiar el final. El ser humano habita el mundo físico y el mundo simbólico y, consciente de su finitud, es en este último donde aspira a permanecer". ¿Es tal vez por esa razón por la que el hombre intentó perpetuar la memoria de los vivos a través de rituales funerarios? ¿Es por esa causa por la que inventó la narración oral transmisible de padres a hijos durante generaciones? ¿Responde el arte, la música y la literatura a un cierto modo de traducir el bagaje físico vivido a mundos de representación que van a sobrevivir, al menos a cierto plazo, a las generaciones desaparecidas? Martinón-Torres no da tregua a sus reflexiones, derivadas de la investigación en la que se vuelca exhaustivamente: "Quizá es esa consciencia de la temporalidad la que nos mueve a buscar el sentido de la vida, a hacer cosas que creemos que merecen la pena, y que permanecerán cuando ya o estemos". Probablemente, quien más o quien menos, de modo harto consciente o simplemente por inercia, conduce su existencia por este camino. Y uno se pregunta: ¿qué hago yo para no consumirme ni en desesperación ni en nihilismo, sobre todo cuando se está de vuelta de la vida? La paleontóloga precisa: "Buscarse un lugar en la historia -o en el corazón de alguien- es la mejor forma de combatir la impotencia y la ansiedad de un animal que vive sabiendo que va a morir". Solo una duda: la expresión un lugar en la historia yo la reduciría a la escala humilde de cada individuo. Cada uno tenemos nuestra parcela de historia -espacio y tiempo- y nuestras pretensiones no deben de ir más allá de perseguir un cierto sentido que nos haya justificado en la presencia de los vivos.
"Somos interdependientes. Nacemos dependientes y nos convertimos otra vez en dependientes cuando se acerca la muerte". Filósofa Victoria Camps en una entrevista en Babelia. ¿Solo cuando la muerte enseña su zarpa? "A lo largo de la vida también lo somos en ocasiones", insiste. Estamos ante el desafío de la edad avanzada a la que van llegando los hombres y mujeres en Occidente, en parte por el bienestar saludable y en parte por las asistencias sanitarias. Pero cumplir más años no siempre significa autonomía personal, es decir, valerse por sí mismos. "La vejez es una situación silenciada. No se habla de ella. Tampoco de la muerte, aunque de esta los filósofos se han ocupado algo más. De la vejez, apenas. Tal vez sea porque es un problema actual". ¿Necesitan acaso los filósofos perspectiva para ver y definir las cosas? ¿O tal vez es cuestión de asumirlas? Probablemente ambas cosas. Camps insiste: "Hay leyes sobre la vejez, pero no hay una perspectiva desde la vejez". Ahí da la clave: mientras no se sienta por parte de toda la sociedad la cuestión del envejecimiento como algo que afecta a todos, directa o indirectamente, en tiempo próximo o futuro, no se avanzará lo suficiente en la atención a los ancianos conforme a un principio de justicia que alcance a todos ellos. Una atención que no solo debe ser asistencial sino dar el paso del acompañamiento que rebaje la soledad de los viejos. Victoria Camps habla más largamente del tema. no en vano ha publicado recientemente el libro Tiempo de cuidados. Habrá que echarlo un vistazo.
Jean-Claude Carrière es más citado por haber sido el guionista de Luis Buñuel. Pero lo es de más cineastas, e incluso actuó en filmes. Desapareció a primeros de febrero con noventa años. Ello me dio pie a recuperar la lectura de un erudito y sibarita libro de cuentos -sí, erudito y sibarita, por su lujo de cuentos en la mejor tradición de Las mil y una noches- que publicó hace dos décadas. Se titula El círculo de los mentirosos. Al encontrar en la red esta fotografía con varios monstruos cinematográficos he pensado en lo extraordinarios que eran todos. ¿Extraordinarios o normales?
En la introducción de Carrière al citado libro leo: "Un día pregunté al neurólogo Oliver Sacks lo que él consideraba un hombre normal. Cuestión que parecía irrelevante. Pero, en su calidad de neurólogo, Oliver Sacks tenía un punto de vista. Dudó un momento y luego me contestó que un hombre normal quizás era aquel capaz de contar su propia historia. Sabe de dónde procede (tiene un origen, un pasado, una memoria ordenada), sabe dónde está (su identidad), y cree saber a dónde va (tiene proyectos, y la muerte al final) Está situado, por lo tanto, en el curso de un relato, es en sí mismo una historia, y puede contarse".
Ahí es nada. Contar la propia historia. ¿Pero no lo hemos visto en muchos individuos? Tal vez algunos se han reservado su propia experiencia de vida, pero quien más o quien menos, ¿no tiende a trasladarla y elabora instintivamente una especie de narración de ella? Aún añade Carrière algo más: "Si esta relación individuo-historia se rompe por alguna razón psicológica o mental, el relato se quiebra, la historia se extravía, la persona se ve proyectada más allá del devenir del tiempo. Ya no sabe nada, ni quién es ni lo que tiene que hacer. Se aferra a sucedáneos de existencia, a apariencias de existencia. El individuo se muestra, a los ojos del médico, a la deriva. Aunque sus mecanismos corporales funcionen, ha extraviado la ruta, ha dejado de existir".
Conocemos también estos casos y yo diría que todos hemos pasado alguna vez a lo largo del tiempo por montañas, valles y quebradas donde nos hemos sentido perdidos. ¿Es el relato de nuestro propio acontecer lo que nos mantiene a salvo? No hago más que preguntármelo desde que he leído a Jean-Claude Carrière, a quien recuerdo aquí con agradecimiento.
Fotografía tomada de El País: Comida en honor a Buñuel en Los Ángeles, en noviembre de 1972. De pie, Robert Mulligan, William Wyler, George Cukor, Robert Wise, Jean-Claude Carrière (con barba) y Serge Silverman. Delante, Billy Wilder, George Stevens, Luis Buñuel, Alfred Hitchcock y Rouben Mamoulian.
Novelista José María Merino, hablando de la pandemia: "Salvo los profesionales sanitarios, la sociedad se ha portado de modo deplorable. Se mueve, sale, quiere manifestaciones, alboroto. Ahí están las olas, una tras otras. Y luego están los políticos. Enfrentándose, a la greña". ¿Cómo negar su juicio? Mucho aplauso al principio, mucha palabrería de que íbamos a salir mejores, excesiva tontería escrita y hablada, palos en las ruedas de las gestiones por parte de políticos arribistas...Eso es lo que hemos ido viendo, así que imposible no participar de lo que nos dice Merino. Por supuesto, habría que añadir a ese sector que él salva a otros sectores profesionales que se la han jugado también, aunque nadie tanto como los relacionados con el contacto directo con los enfermos y la enfermedad. Luego, se consuela: "La literatura es el documento que tranquiliza un poco la desazón que produce la oscura realidad". Y pienso que tranquiliza no tanto como sedante que apague la inquietud sino elemento racionalizador al hacernos pensar sobre los acontecimientos del vivir humano cotidiano. Pero ahí cada cual tiene que buscar y elegir. Porque la basuraleza, como él define a ese ensuciamiento masivo de la naturaleza, abunda por doquier y resulta amenazante. Pero, ¿sirve la literatura lo suficiente para escapar de este mundo opresivo y doliente que nos acosa? José María Merino no lo tiene tan claro. O acaso sí: "Estoy un poco horrorizado, pero tal vez es fruto de los años. Decía Lope de Vega que no hay cosa que más se sienta descubrir que el secreto de los años, el secreto de la edad, el secreto de lo que da el tiempo con su transcurso. Y a mí el secreto de los años no me está haciendo ninguna gracia". Ay, una clave, a la que solo tienen acceso de entendimiento quienes con edad avanzada tengan conciencia sincera de sí mismos y consigo mismos.
(Fotografía capturada de El País)
Desde que leí Todas las mañanas del mundo, cuyo personaje central es el compositor barroco Monsieur de Sainte-Colombe, no ha dejado de interesarme Pascal Quignard, polifacético pensador y autor de nuestros días. No siempre fácil de seguir sus trabajos, pero tienen la virtud de hacer que nos interesemos por muchos temas y sobre todo por el enfoque diverso y a la contra de muchos asuntos de este mundo.
Me encuentro con este texto suyo en Carta de Bacon a Lord Chandos* : "Considerad que las palabras solo abandonan a aquellos que las han vaciado y encima desvitalizado". Ojalá sea así de ahora en adelante. Y pienso en que las palabras emitidas por ciertas bocas lo que han hecho es traicionar los conceptos de las cosas, abaratar su enunciación y desvirtuar los valores, cuando no prostituirlos. Pero ¿cuántas de esas palabras depreciadas de su sentido más exacto no han cundido para seguir desfigurando la realidad? Lo seguimos viendo en nuestros días.
Sigue diciendo Quignard: "Si las palabras se les resisten a aquellos que están hablando, jamás se les resisten a los que escriben". ¿Tanta distancia hay entre voz y escritura? Probablemente la misma que se da entre la emisión de lo pensado a medias o deficientemente y la reflexión pausada y ejercida con precisión. "Quienes escriben -confirma el autor francés- disponen de todo el tiempo para abrir sus glosarios, sus atlas, sus cronologías, sus diccionarios, tienen todo el tiempo para releer antiguos materiales de gramática desencuadernados, que datan de su infancia tardía, disponen de todo el tiempo para revisar, revitalizar, reetimologizar, reestructurar, corregir, detectar". Reivindicación de la escritura pausada y medida. Obviamente, es el ejercicio con recursos y empeño realizado al disponer una escritura lo que va a recuperar el sentido de las palabras que otros destrozan y envían al olvido. Reconquista de la lentitud activa, pues, en aras a dotar de armonía y justedad al pensamiento de las palabras. Siempre sugerente la manera de repensar Pascal Quignard, incluso en una idea parcial.
* Este breve ensayo figura en el libro La respuesta a Lord Chandos, editado por Shangrila Ediciones.
Para Luis Enjuanes, virólogo del Centro Nacional de Biotecnología, el virus de desafortunada moda "es malo, malo, malo". Matiza con la confianza que da el insistir en la investigación: "Pero lo vamos a vencer". Uno quiere escuchar palabras cuerdas, contundentes y capaces de generar esperanza como estas, pues desde su lugar de trabajo el equipo de Enjuanes trabaja para obtener una vacuna más completa que las actuales. Y es que el patógeno SARS CoV-2, dice Enjuanes en la entrevista aparecida en El País, "es un superestratega ambicioso que se ha pasado tres pueblos. Es pandémico, superpatógeno, causa hasta cincuenta patologías distintas, deja secuelas. Desafía a la humanidad, a la ciencia, a la política".
Cuando uno se entera del trabajo de los investigadores del Centro no duda de que es cuestión de tiempo controlarlo y conjurarlo. Naturalmente, siempre que todo el mundo colabore y no se pongan palos en las ruedas. Porque intrusismo hay. Añade el científico: "Me preocupa el intrusismo de la política en la sanidad y en la ciencia. Que gente que no sabe lo que es un virus se ponga a hablar de epidemiología. Y luego están los políticos que creen que pueden tomar medidas incluso en contra de los expertos". Pero para el oportunismo al uso de responsables políticos de las comunidades autónomas, que son los que gestionan medidas y aplicaciones, dar prioridad a lo que dicen los que saben de verdad no es precisamente un norte. De esos políticos opina Luis Enjuanes: "Unos han estado a la altura y otros a la altura del betún. No citaré sitios concretos, pero hay presidentes o presidentas que creen saberlo todo y dictan lo que hay que hacer sin tener el mínimo pudor ni tener en cuenta los números de su comunidad. Es lamentable ver que lo justifican por la economía, cuando eso no va a arreglarse sin resolver el problema sanitario".
Si alguien no lo tenía claro, he ahí el criterio de un investigador sensato. Implícitamente traza la línea entre hacer política en la buena dirección para la sociedad o hacer política para satisfacer los intereses de los grupos de presión, electoralistas o incluso espurios. Hay muchos más Enjuanes, por supuesto. Sobran demagogos y falsos profetas.
Fotografía tomada de El País
"Solo habrá habla verdadera cuando hayamos escuchado y hoy nadie escucha". Lo dice el filósofo Josep Maria Esquirol y tengo la sensación de que me lo dice mi voz interior. No solo es cuestión de ruido, también de ausencia de receptividad. Esquirol: "Se habla pero no se escucha; escuchar va a la baja; ahora solo somos sumatorios de monólogos cuando uno solo puede responder si es escuchado; hoy hay más monólogos superpuestos que diálogos". Y pienso: si no escuchamos ¿con qué valor podemos exponer lo que pensamos? ¿No somos propensos más bien a imponernos, sin modificar un ápice las cuatro pobres ideas que tengamos?
Podemos justificarnos con el rimo acumulativo y vertiginoso que llevamos, con el estrés del que hacemos gala, en parte como excusa de nuestra cerrazón. "La inmediatez y la precipitación del mundo actual -opina el filósofo- no facilitan nada porque para que haya escucha del otro ha de haber paciencia". La clave del díálogo en nuestros días pasa por la paciencia nada menos. Quién lo iba a decir. Aunque opino que debe transcurrir también por la templanza y por la prudencia. Con respeto y actitud asertiva. Porque dialogar implica sobre todo atender la opinión ajena aunque no se comparta en ese momento. En cambio, ¿qué sucede hoy cuando nos encontramos con los otros? "Dejamos que acaben de hablar, sí, pero solo para decir lo nuestro". No nos extrañemos luego que si la conversación de cercanía es discurso entre ajenos ocurra lo que ocurre en el plano político, donde los intereses se proyectan ignorándose entre bandos, salvo que haya un tipo de rendición incondicional por una de las partes.
Cada vez me convenzo más de que el desacuerdo en las esferas políticas no son sustancialmente diferentes a las que tenemos los ciudadanos ordinarios entre nosotros. Al fin y al cabo, los que buscan la representación pública son nuestro reflejo. Imagen de nuestras limitaciones e incapacidades. ¿Cómo romper el esquema? Tal vez recurriendo a pensar y conversar en torno a los temas profundos de la vida humana, y no solo a lo inmediato, tan efímero como en tantas ocasiones subalterno.
Un poema de Ida Vitale (Montevideo, 1923), tomado de su poemario Oidor andante, para la celebración del 8 de Marzo. Sea cual sea la motivación o el sentido que la poeta quisiera dar al poema -¿se trata solamente de un dibujo sobre las palabras?- me apetecía proyectar aquí otras sugerencias. Al fin y al cabo, el objeto de la literatura en general ¿no debe ser convertir en cómplice al lector y que él siga procreando pensamientos, anhelos y palabras?
LA PALABRA
Expectantes palabras,
fabulosas
en sí,
promesas
de sentidos posibles,
airosas,
aéreas,
airadas,
ariadnas.
Un
breve error
las vuelve
ornamentales.
Su
indescriptible exactitud
nos borra.