17.12.13

Cuando Italo Calvino propone y el lector dispone














Italo Calvino en el principio del  principio de su libro Si una noche de invierno un viajero recomienda con humor al lector que busque la manera apropiada de leer ésa, la que llama su nueva novela: "Adopta la postura más cómoda: sentado, tumbado, aovillado, acostado. Acostado de espaldas, de costado, boca abajo. En un sillón, en el sofá, en la mecedora, en la tumbona, en el puf. En la hamaca, si tienes una hamaca. Sobre la cama, naturalmente, o dentro de la cama. También puedes ponerte cabeza abajo, en postura yoga. Con el libro invertido, claro." Imagino al lector  -yo en este caso-  eligiendo la posición adecuada entre las propuestas o bien tratando de identificar la que habitualmente tiene cada uno con las nombradas por Calvino. Supongo que cada lector dispone de su modo y además probablemente explore más de uno. Y hay quien se adapta a cualquier circunstancia para el intento si no para la consolidación del ejercicio de lectura. No en vano prosigue el autor italiano: "La verdad, no se logra encontrar la postura ideal para leer. Antaño se leía de pie, ante un atril. Se estaba acostumbrado a permanecer en pie. Se descansaba así cuando se estaba cansado de montar a caballo. A caballo a nadie se le ha ocurrido nunca leer; y sin embargo ahora la idea de leer en el arzón, el libro colocado sobre las crines del caballo, acaso colgado de las orejas del caballo mediante una guarnición especial, te parece atrayente. Con los pies en los estribos se debería estar muy cómodo para leer; tener los pies en alto es la primera condición para disfrutar de la lectura." Y de esta guisa continua una catarata de fina y placentera jocosidad. Virtud de Italo Calvino: no ha entrado todavía en materia y ya te atrapa en su pre-comienzo. Lo reconozco: no logro centrarme en las páginas siguientes. Busco la fórmula de posicionar mi cuerpo  -ayudante al servicio del soporte libro-  y el destino me lleva a apoyarme en la arista afilada de una esquina. No se lo recomiendo a nadie: una vez que has arrancado de tal lugar llevas a cuestas la arista como una sombra doliente.