30.4.13

Ariadna en el laberinto grotesco





Cuando supe del libro de cuentos de Salvador Espriu me encantó el título. Después, me engatusaron los relatos. Laberinto y grotesco, nada menos. Grotesco viene de grutesco, en italiano, gruta. Lo recóndito, lo hondo, el primer hábitat. Pero también significa extravagante y absurdo en castellano. Y en esos dos términos que se funden hay algo de pleonasmo subversivo. El laberinto de la vida tiene mucho de origen y recoveco y a la vez resulta ridículo. ¿Será por eso que uno se aferra a las palabras? Como hilo conductor de aciertos y desventuras. Como el modo de reducir el peso de lo grave de la existencia.

Ariadna nos conduce a todos. No solo a su heroico Teseo que en cierto modo la utiliza. No solo a Dionisos que se la encuentra cuando Teseo la ha abandonado. Con frecuencia el mito olvida que una Ariadna, no, muchas Ariadnas se compincharon con Asterión antes de que el resto del relato fuera descrito.

El cuadro tomado de la obra de la pintora Balbi López Santos me parece divertido. Esa virgen, ¿por qué no Ariadna misma?, que toma el pelo al Minotauro, que juega con él, que trata de iluminar un camino sin salida, pero en cuyo recorrido hay que hallar la alegría y la travesura, me hacía enloquecer. Tal vez también a Asterión, que la da la espalda porque en su aflicción no se da cuenta de dónde reside la belleza y el entusiasmo de la vida. ¿O acaso sí y esa actitud es parte del juego y el toma y daca?